INSITE Journal
Editorial
Actos de habla, micropolíticas en la esfera pública
Andrea Torreblanca

            Cada vez que ocurre un acto de injusticia, una fuerza centrífuga nos absorbe y nos arroja hacia los confines del mundo. Desde allí es imposible actuar y hablar, pues antes de la indignación y el enojo está el estupor. Del latín stupere, que significa estar paralizado por la estupidez, el estupor es una condición que nos deja sin habla y adormecidos, en un profundo estado de insensibilidad. El estupor es una combinación de impotencia y conmoción en la que un cuerpo afectado, sin gramática, se ve aturdido por veredictos y acciones insondables. Durante el estupor, no podemos articular palabras de inmediato. Por eso es común que las primeras respuestas ante un acto de injusticia sean performatividades abruptas, que el lenguaje se vea sustituido por cocteles Molotov arrojados contra los muros, grafiti que lacera las superficies, monumentos decapitados y banderas quemadas; acciones que, de manera contradictoria, unas veces son condenadas como actos violentos de desobediencia civil, y otras son considerados como discursos simbólicos protegidos por la ley. También es común que tras el estupor se reciclen palabras que ya forman parte de un entramado de significado: canciones, eslóganes e himnos como formas radicalizadas del lenguaje y la protesta. Sin embargo, las protestas colectivas y reaccionarias tienden a ser meramente defensivas e incapaces de producir una micropolítica desde la invención y el deseo, como afirma Felix Guattari.1 De este modo, aún cuando los actos de resistencia son cruciales para romper el estupor, no generan otras formas inmediatas de agencia más allá de la protesta. Para que esto ocurra, deben crearse acciones y microlenguajes alternativos que puedan resonar y generar variaciones en la esfera pública.

            ¿Qué significa ser humano en este momento? preguntó el geógrafo cultural marxista David Harvey hace casi dos décadas durante una conferencia de INSITE2 cuando describía, en primer lugar, cómo las tecnologías biológicas abren una posibilidad para la intervención evolutiva y, en segundo lugar, cómo se concibe la globalización como algo tan abstracto e inalcanzable que creemos imposible poder intervenir en un nivel personal. Estos escenarios siguen siendo relevantes, pero la pregunta permanece en un grado aún mayor, porque nos enfrenta radicalmente con nuestra propia escala y potencialidad como seres humanos. En este texto, Harvey destaca que es posible participar en el gran fenómeno del mundo y que, para hacerlo, no basta con oponerse; más bien debemos crear alternativas desde nuestro propio patio trasero. Ésta fue una de las preguntas catalizadoras para escribir y desarrollar la obra Actos de habla en 2021 y esta edición especial del INSITE Journal.

La filósofa Hanna Arendt afirma que “una vida sin habla y sin acción está literalmente muerta para el mundo”. Esto quiere decir que ser humano –para responder la pregunta de Harvey– significaría ser capaz de hablar y de actuar.

            La filósofa Hanna Arendt afirma que “una vida sin habla y sin acción está literalmente muerta para el mundo”.3 Esto quiere decir que ser humano —para responder la pregunta de Harvey— significaría ser capaz de hablar y de actuar. No obstante, tanto el habla como el cuerpo son elásticos, y a través de su plasticidad es posible no sólo repetir palabras, sino también reinventarlas y ponerlas en acción. En su libro póstumo, Cómo hacer cosas con palabras (1962),4 el filósofo John L. Austin acuñó el término actos de habla para describir enunciados que se ejecutan en el momento en que se enuncian (ilocucionarios) o que tienen consecuencias cuando se pronuncian (perlocucionarios). De tal forma, un acto de habla es simultáneamente lenguaje y acción, y su intención y efecto dependen del contexto en el que se proclaman, incluidas promesas, advertencias, disculpas y peticiones, entre otras formas performativas de habla. En el centro de la teoría de los actos de habla se encuentra la tensión entre lo que los enunciados disfrazan en su propia performatividad y su ejecución.

El habla es una forma microscópica de intervenir en el mundo; podríamos decir que es casi un microorganismo invisible que infiltra todos los aspectos de la vida pública, y que también tiene la capacidad de metabolizar, propagarse y sobrevivir en cualquier escenario. A su vez, las palabras conforman entidades complejas, en este caso actos de habla, que son lo que activa una red de procesos colectivos. Los actos de habla son, en esencia, marcos lingüísticos menores que regeneran y articulan la vida social, del mismo modo en que los microorganismos regeneran los tejidos biológicos. Estas entidades suelen constituirse en formas de montaje que utilizan la lengua como un mecanismo intrínseco para movilizar la esfera pública.

            El habla, por lo tanto, es una forma microscópica de intervenir en el mundo; podríamos decir que es casi un microorganismo invisible que infiltra todos los aspectos de la vida pública, y que también tiene la capacidad de metabolizar, propagarse y sobrevivir en cualquier escenario. A su vez, las palabras conforman entidades complejas, en este caso actos de habla, que son lo que activa una red de procesos colectivos. Los actos de habla son, en esencia, marcos lingüísticos menores que regeneran y articulan la vida social, del mismo modo en que los microorganismos regeneran los tejidos biológicos. Estas entidades suelen constituirse en formas de montaje que utilizan la lengua como un mecanismo intrínseco para movilizar la esfera pública. Félix Guattari aclara que “la función de la autonomía en un grupo corresponde a la capacidad de operar su propio trabajo de semiotización y cartografía”, y que para llevar a cabo una “revolución molecular”, es necesario generar las condiciones desde la subjetividad.5 Por lo tanto, la micropolítica no es sólo una forma de organización en la inmediatez de lo social y lo local, sino también en la proyección de un deseo interno capaz de reverberar en otros lugares.

            Sin embargo, la autonomía sólo se logra cuando el lenguaje es liberado de su propia historicidad. En el prefacio a su famoso libro Excitable Speech, A Politics of the Performative [Habla excitable. Una política de lo performativo] (1997),6 la filósofa Judith Butler afirma que “emergemos como hablantes al entrar en lenguajes que nunca elegimos” y que, en ocasiones, “tenemos que trabajar con legados nocivos para drenarlos de su poder de lastimar”. Por su parte, la filósofa Rae Langton retoma la principal pregunta de Austin y propone hacer lo opuesto: “Cómo ‘deshacer’ cosas con palabras.”7 ¿Cómo, entonces, se puede desmantelar, y no sólo refutar el habla nociva? Langton denomina a esta posibilidad bloqueo, un contradiscurso mediante el cual el receptor puede desactivar su fuerza de manera retroactiva. Así pues, deshacer no es para Langton un retorno al origen de la expresión, sino una acción para despojar al lenguaje del poder nocivo que ha adquirido a lo largo del tiempo.

La lógica de intervenir personalmente en los grandes fenómenos del mundo comienza entonces, en primer lugar, con actos mínimos que implican borrar, deshacer, drenar y desaprender como formas de fragmentar la historia desde las micropolíticas del lenguaje, estrategias para escapar del estupor y potencializar otras formas de autonomía. Si imaginamos las enunciaciones, los textos y los escritos como microorganismos capaces de generar una “revolución molecular”, entonces podemos pensar que los actos de habla –que disfrazan la intención dentro de su propia performatividad– son capaces de camuflarse e infiltrar la esfera pública más amplia.

            La lógica de intervenir personalmente en los grandes fenómenos del mundo comienza entonces, en primer lugar, con actos mínimos que implican borrar, deshacer, drenar y desaprender como formas de fragmentar la historia desde las micropolíticas del lenguaje, estrategias para escapar del estupor y potencializar otras formas de autonomía. Si imaginamos las enunciaciones, los textos y los escritos como microorganismos capaces de generar una “revolución molecular”, entonces podemos pensar que los actos de habla —que disfrazan la intención dentro de su propia performatividad— son capaces de camuflarse e infiltrar la esfera pública más amplia. En palabras de Guattari: “Todos los contenidos, antes de ser estructurados por el lenguaje, o ‘como un lenguaje’, están estructurados en una multitud de niveles micropolíticos”.8