Miguel A. López: Olinda ¿de dónde viene tu relación con el arte? ¿Cómo surge?
Olinda Silvano: Jakon yantan akin mato en akai. Muy buenas tardes. Soy Shipibo Konibo Olinda Silvano de la comunidad nativa de Pahoyan, pero radico acá en la comunidad Shipibo de Cantagallo. Bueno, para mí [el arte] viene desde el vientre de mi madre. Así lo puedo decir. Porque mi padre y mi madre también vienen del vientre de sus madres. Entonces el pueblo Shipibo Konibo, ni bien uno nace, le echan el piri-piri en los ojos. El piri-piri es la planta de conocimiento de saberes ancestrales. Entonces de esa manera vengo trabajando: nos enseñan desde la niñez y cuando estamos con plantas medicinales curativas, a uno le van saliendo visiones en su mente y vas trabajando. Y así te va guiando tu abuela o tu mamá. Bueno, yo tengo a mi madre joven porque me tuvieron a los 13 años y por eso mi madre es como mi hermana, es mi hermana, mi amiga, mi todo. Nos hablamos, nos ayudamos entre mi madre y yo. De esa manera, yo vengo trabajando desde mi niñez. En primer lugar, nosotros no podemos usar nuestras vestimentas sin bordados. Tiene que ser bordado o tiene que ser pintado con tintes naturales, que es la corteza de caoba, corteza del [árbol de] mango y también el barro virgen de la laguna de la selva amazónica. Entonces con eso a nosotros desde la niñez nos enseñan. También nos van curando con plantas en el ojo, por la nariz, por la boca, hasta por nuestro ano. Entonces así uno crece nutrido, crece fortalecido con ese arte. Entonces a mí me gusta. Hay personas que también, por más que la abuela los obligan o la mamá los obligan, no lo hacen. Pero a mí me conectó bien, porque mi abuelo, mi tatarabuelo fue chamán, un gran chamán, y me puso una corona invisible por medio de la visión de la ayahuasca. Entonces, cuando yo tenía 2 añitos, veía visiones y me gustaba pintar en la tierra porque no tenía materiales, porque nosotros usábamos solamente tela y tejido de algodón. En ese tiempo no sabíamos qué era la tela de tocuyo, cuáles eran [las] otras telas. Solamente estaba hecho por nuestra mano, entonces de esa manera fui trabajando.
Tuve que emigrar de la comunidad [de Pahoyan] a la ciudad de Pucallpa sin saber hablar castellano. Pero nunca dejé mi arte, siempre fue mi arte. Terminé mis estudios ahí de secundaria y me fui a trabajar como maestra. Pero lo que más me [interesaba] era el tema del arte. Eso es lo que más me jalaba. Como si yo hubiera nacido para llevar ese encargo o para visibilizar, porque mis padres también fueron líderes de la comunidad. Entonces, la líder viene de la herencia, también de nuestro conocimiento, desde nuestro arte. De esa manera no pude trabajar como profesora, y me vine a la capital de Lima para poder difundir mi arte, para poder visualizar y buscar trabajo en el arte, porque me encanta de pies a cabeza. Está en mi sangre, [allí] corre ese arte maravilloso, ese arte amazónico. Me encanta. Amo mi arte. Amo mi cultura. Amo mis raíces. Amo lo que soy. Si alguien me quiere hacer daño, no me lo hará porque yo sé. Estoy muy segura de mis raíces y de mi trabajo. Si nadie me lo compra, no me importa, seguiré tejiendo, seguiré llenando mi casa, seguiré llenando mis maletas. Pero hay alguien que va a llegar algún día [que se va interesar en mi trabajo]. Siempre decía que algún día mi arte sería conocido. Algún día abriré la puerta. Algún día me respetarán. Cuando me humillaban, cuando me insultaban, cuando yo botaba lágrimas en el camino, cuando yo no tenía [dinero] con qué pagar el pasaje, siempre tenía mi fe potente. Y esas lágrimas han echado raíces.
M: Cecilia, ¿de dónde viene tu relación con el arte?
Cecilia Vicuña: Antes de contarte nada, lo primero que tengo que decir, es que estaba escribiendo apurada todo lo que tú [Olinda] decías. Porque, Olinda, es maravilloso escucharte y reconocer mi propia vida en tu vida, a pesar de las enormes diferencias. Yo también crecí igual que tú con mi mamá y con mi abuelita. Mi mamá dice que mucho antes de que supiera hablar, ya estaba pintando. ¿Así como tú, no? Y que mi abuelita tenía un taller maravilloso. También mi tía, dos de mis tías tenían taller, y mi mamá no tenía taller porque mi mamá tejía, pero no a telar, sino a palillos, nada más. Pero mi mamá también cantaba. Entonces yo crecí haciendo arte mucho antes de que supiera la palabra arte. Y para mí, si tú me dices cómo comenzó mi relación con el arte, yo diría que es de la misma forma como empezó para ti: por puro amor.
Sí, tú dijiste algo muy hermoso que es que tú ya eras artista desde el vientre. Yo nunca he dicho eso de mí, pero sí lo he dicho de mi mamá porque mi mamá era melliza. Entonces yo he escrito poemas en que mi mamá está dentro del vientre de su mamá, mi abuelita, con su hermano Darío. Mi mamá se llama Norma y canta como los dioses. Yo le hice un disco a ella jugando adentro del vientre con su hermanito, Darío. Entonces tengo esa imagen de que ellos ya jugaban y ya eran amigos adentro del vientre y de ese juego, de esa alegría, de ese amor infinito, fue naciendo ella y fui naciendo yo. Así que yo comparto lo que tú dices con tanta belleza y siento orgullo de escucharte. Me comunica orgullo ese empoderamiento en el que tú trabajas, al transmitir ese amor. ¿Por qué: de qué otra manera se puede nombrar esa pasión por el arte? Porque lo que el arte hace por nosotros es infinito.
Y así como a ti te ha dado vida cuando nadie te hacía caso, cuando se burlaban de ti, a mí me pasó lo mismo. Yo he vivido en situaciones muy, muy, muy, muy difíciles, con hambre, con frío, con toda clase de cosas, pero no porque mi familia fuera pobre, sino porque vino el golpe militar en Chile y yo quedé fuera de Chile. Entonces, en esa soledad en la que yo viví, nunca hice otra cosa que mi arte. No podía. Así como tú dijiste que tú no podías ser maestra, yo tampoco podía tener otro trabajo. Entonces haber pasado por todo eso, y que nadie creyera en uno, fue maravilloso. Lo que tú dijiste, es que tenías tu fe potente. Y esa fe, le hace falta a todas las personas en este momento: creer que es posible realizarse. Ser lo que uno sabe que tiene que ser. Pero para poder ser uno tiene que primero saber. Y eso es posible. Pero saberlo, no con la cabeza. Saberlo con el alma, con el cuerpo, con las entrañas, con las vísceras. Saberlo con todo. Y eso es lo que tú comunicas. Y me parece realmente maravilloso.
M: Quería preguntarles sobre el sonido dentro de su trabajo creativo. Lo que tú haces, Olinda, y la manera en la cual el pueblo Shipibo se relaciona con el kené, da cuenta de cómo esas formas geométricas tienen una dimensión medicinal a través de su materialización sonora. Y en tu caso, Cecilia, la poesía tiene una formalización sonora: una cualidad ritual y performativa que es una experiencia de propiciación y sanación. Siento que hay una raíz común.
O: Bueno, para mí el sonido es muy importante porque mi padre me crió también con sonido. Me hacía comer la lengua del mono, la lengua del guacamayo, [la] lengua del loro, de los diferentes animales para poder comunicarse en el bosque cuando nosotros íbamos a cazar animales. Incluso cuando nosotros hacemos diseño kené solamente [también se] va cantando el sonido.
A mí me gusta silbar. Yo soy la única mujer que silbo y grito fuerte porque me hacían comer la lengua, no cocinada en la cocina, sino [cocinada bajo] el sol [que] la quemaba. Eso me lo hacían comer y después no me dejaban comer [en] todo el día para tener dieta, para poder tener toda clase de silbidos.1 Por eso a veces me dicen “mamá, tú eres como varón.” No es que soy varón, sino que así me hizo mi padre, Miguel Silvano, cuando me llevaba al monte para que los animales no corrieran. [Olinda silba fuerte y agudo]. Eso [se refiere al silbido] no lo hacen las mujeres, yo nada más. Pero ya mis hijos están acostumbrados. Cuando no están yo hago eso [silbo] y ya vienen corriendo el mono y la panguana. La panguana viene corriendo hacia ti y se te acerca el mono pichico. Así hay diferentes idiomas. Se va pintando, vas pensando, vas cantando. Y también canto. [Olinda canta en shipibo]. O sea que [el canto] va creando tu fuerza, tu energía, igual como la anaconda llena de fuerza. Vas cantando y vas creando. Entonces tú estás hablando con tu trabajo, no hablas con otra persona. Por eso me gusta hablar, me gusta estar sola cuando hago mi trabajo, porque ahí me concentro y hablo con mi arte y hablo, ahí está la energía. Tú con tu trabajo conversas como [si] otra mujer estuviera ahí.
Hay variedades de kené. El Xao kené, Mayá kené, Chompi kené, Tanyan kené. El kené infinito que no tiene repetición, como el río Ucayali que va. Y eso es lo que yo he aprendido de mis abuelas. Estoy muy feliz, estoy muy orgullosa de ser criada por mis abuelas. Porque las abuelas nos enseñan mucho mejor que nuestra madre, y nuestra madre también nos guía. Estoy muy feliz de haber tenido [a] mis familias. Gracias. Y estoy muy contenta también de estar con ustedes. Para mí es un honor contar historias, pero hay más historias. Tengo miles de historias de pesca, de cazar animales, de hacer agricultura, de la chacra, el maíz, el arroz, el plátano. He aprendido todo porque mi padre me enseñó a hacer mil oficios. Porque [aunque] tú te cases con un hombre flojo, tú puedes trabajar. Eso es lo que me habían dicho mis padres, pero gracias a Dios estoy bien, con mi trabajo. Mi esposo es mi trabajo.
C: Bueno. También mis abuelas cantaban y mi madre cantaba. Cuando yo nací vivíamos en una casita de adobe y al lado había una acequia y en esa acequia habían sapitos de cuatro ojos.
Entonces los sapitos cantaban. Entonces, o cantaba mi mamá o cantaba mi abuelita, o cantaban los sapitos. Entonces de ahí viene mi relación con el sonido. Mi familia había determinado que yo era la niña que no podía cantar porque yo no sabía cantar canciones occidentales, las canciones que cantaba mi mamá. Mi mamá podía cantar boleros, tango, cualquier cosa que ella o mi abuelita oyeran. Ellas la podían cantar, pero yo nunca pude cantar así. Entonces yo solita hacía otro canto, otro canto que no se sabe de dónde venía, pero que me venía sobre todo cuando lloraba. Cuando tenía mucha, mucha pena, me salía un canto que era como un quejido casi. Y entonces ese quejido me empezó a enseñar y lo que yo hago en mi canto es entrar en ese quejido que me lleva a otras dimensiones del sentir en donde puedo percibir muchas otras realidades. Creo que cuando uno canta, no desde una voz teatral o de “performance”, sino que uno canta para eso que uno está oyendo, entonces esas otras realidades son asequibles también para las personas que escuchan. De la misma forma, allí la escucha no es, digamos, oír sonido como algo que ya existe, sino escuchar un sonido
que está siendo creado en ese instante, un sonido que antes no existía, ni volverá a existir.
Olinda, ha sido maravilloso escucharte y sentir tu alma en la lucha. Y realmente espero de todo corazón que el Estado peruano comprenda la joya cultural, la joya del patrimonio que es tu conocimiento y el conocimiento de todas las mujeres y la comunidad Shipibo. Es un patrimonio para el futuro de la humanidad y tienen que preservar su lengua. Es un crimen cultural impedirle a un pueblo que enseñe su lengua a sus niños. Eso es un atropello a los derechos humanos, al derecho al conocimiento y a la transmisión del conocimiento. Entonces espero que haya un despertar en el Perú y que el aporte de ustedes a la cultura humana sea valorado como la joya que es.