Nari Ward
Untitled Depot,
1997
A pesar de la intención manifiesta de reunir a las personas, Untitled Depot (Estación sin título) 1997 de Nari Ward, originalmente comisionada y producida para INSITE97, hoy asume un carácter bélico agudo y conspicuo. Efectivamente, la obra parece una alegoría de la democracia en el año políticamente tenso de 2019. Estrechamente cubierto por un óvalo de paredes de concreto, delimita un espacio poblado por puertas estratégicamente ubicadas, que parecerían proteger a un individuo mientras se adentra, estilo combate cuerpo a cuerpo, hacia lo que parece ser un ring de boxeo vacío en el centro del óvalo (pero que en realidad es un trampolín). Este ring de boxeo se podría leer en la obra de Rosalyn Deutsche, “Agoraphobia” como la analogía física de su referencia a la celebrada imagen de democracia de Claude Lefort, el “lugar vacío."1 A partir de las teorías políticas agonistas de Lefort, Chantal Mouffe, y Ernesto Laclau, Deutsche identifica el espacio público dentro del cual la escultura pública podría tener lugar como ya siempre cargado con el conflicto de democracia. Privada del sentido positivo y localizado provisto por el poder monárquico, la democracia se convierte en un espacio negativo de misterio, cuyo significado y definición se dispersa entre “el pueblo”. Pero ¿entre quiénes? ¿Con qué fin? ¿Quién es su dueño? ¿Se puede apropiar? O, ¿es la potencia de la democracia la que está siempre en disputa? Todo excepto fija, siempre está abierta a la renegociación. En el momento en que uno intenta definirla de manera permanente, pierde su carácter democrático y se convierte en otra cosa. Es por ello que el espacio físico de la democracia, según Lefort, es un lugar vacío—un lugar vacío para situarse temporalmente, que no se habita permanentemente, pero continuamente abierto a la contestación, conflicto, y disensión.
Nunca, por lo menos en mi vida, esto ha sido tan cierto sobre la democracia. Si antes había alguna duda sobre la naturaleza combativa de la democracia, ahora es incontestablemente claro. Es como si la democracia hubiera revelado su carácter esencial como algo menos determinado y físicamente seguro. Nos bombardean con imágenes de milicias estadounidenses que marchan por las calles de la ciudad con lo que básicamente son artillería pesada y chalecos antibalas, listos para combate en una batalla campal. Y precisamente Untitled Depot de Ward parece eso: una zona de combate. Las puertas con múltiples perillas se vuelven barreras desde las cuales el visitante esquiva un tiroteo mientras intenta asaltar, ocupar, y defender el espacio vacío en el centro de su instalación. El hecho de que la instalación esté tan restringida por barreras-muralla simplemente habla (de) y refleja la falta de márgenes para moverse mientras uno asedia al espacio vacío. La lucha por este espacio no se puede evitar. Todo, particularmente en los Estados Unidos, pero también en toda Europa Occidental y especialmente América Latina, se siente “político”—de hecho, nunca se ha sentido tan político. Como tal, los términos de la democracia siempre están en juego. A quién favorecen, cómo y por qué, siempre son una fuente de constante negociación, tensión e incluso violencia. Esta es la naturaleza de la bestia proverbial que hay que tolerarla por necesidad, pero hasta cierto punto. Esto no quiere decir que no haya fuerzas genuinas del mal en juego en la llamada negociación, pero que, a pesar de la obvia violencia, ahí reside una verdad oscura e incómoda en el seno de lo que generalmente se entiende como la mejor forma de gobierno pos-monárquico. Y aunque el malestar social y el disenso que lo acompañan fluctúan, cada vez es más difícil imaginar algo que no sea un estado de revuelta tan radical que casi llegue a ser una guerra civil. Donde antes la imagen de la democracia en el Oeste, como se promulgaba durante la guerra fría, era una imagen de “libertad”, ahora rápidamente se substituye con una imagen de intolerancia radical, milicias armadas y rabia perjudicial.
Siendo este el caso, se vuelve difícil no preguntarse sobre la capacidad de resiliencia de la democracia. De hecho, se siente como si se hubiese extendido hasta su punto de ruptura. La célebre imagen del espacio vacío de Lefort/Deutsche, que uno imagina restaurado periódicamente a la tranquilidad y al vacío, no ha sido más que completa y permanentemente subsumido por multitudes de pueblos y tribus en guerra. Curiosamente, lo que parece amenazarla no es tanto su capacidad de acomodar tanto conflicto, sino más bien la suposición que el conflicto sea contrario a su naturaleza (¿y tal vez lo es? ¿Quizás haya llegado a un punto de inflexión?). Y que, como consecuencia, la única manera de poner fin a tanto conflicto es modificar los términos de la democracia a través de una especie de absolutismo, que es fuertemente evocador de la monarquía (o el fascismo que, simplemente, está en aumento por todo el mundo). Parece que estamos en un momento en la historia en que la resiliencia de la democracia está siendo probado por el extremismo y la intolerancia. Queda por ver si supera la prueba y si el espacio vacío se restaura a su vacío periódico o si se desaparece por completo.