Algunas veces las palabras reaparecen en la esfera pública para actuar como antídotos ante el status quo, palabras que ofrecen alternativas para soportar, resistir y adaptarse a las transiciones y al flujo, pero que también nos permiten habitar distintos lugares y anticiparnos al futuro cercano. Durante las últimas décadas, una de estas palabras ha sido resiliencia, un término con diversas interpretaciones, pero esencialmente definido en la psicología como una habilidad para reinventarse después de la adversidad. Posiblemente determinado por algunos como una capacidad para volver a las condiciones previas después de un shock, la resiliencia también es imaginada como un giro radical que puede tener un impacto en la próxima era. Sin embargo, “la resiliencia tiene una lógica peculiar. No se trata de un futuro que sea mejor, sino de una ecología que puede absorber choques constantes mientras mantiene su funcionalidad y organización",1 como subraya notablemente Orit Halpern. De este modo, la vida cotidiana permite que seamos persistentes precisamente en un momento en el que los cambios radicales en nuestros entornos, el agitado clima político y la inquietud en el ámbito social están en su momento más álgido. Desde esta perspectiva, la "normalidad" sigue siendo factible incluso cuando la aceleración y la turbulencia prevalecen, por la única razón de que, como individuos, hemos desarrollado formas de resiliencia urgente, en particular cambios inconscientes, rupturas, desvíos y distanciamientos que aceleran nuestra reincorporación al mundo. Estos comportamientos impulsivos no son necesariamente formas de resistencia, protesta y subversión, tampoco panaceas curativas o reconfortantes, sino más bien acciones imperceptibles y aleatorias que se disocian inadvertidamente de nuestra realidad inmediata. Como resultado, la vida ordinaria está saturada de acciones resilientes que nos permiten "subsistir" y al mismo tiempo tener un impacto en la realidad posterior.
En esencia, el arte contemporáneo —al responder con perspicacia a la inmediatez— también desarrolla experiencias similares de corta duración que desplazan la vida cotidiana de transeúntes y participantes por igual. Aún así, más allá de la distancia evidente entre ambas formas, tanto "reales" como "hipotéticas", se podría decir que, si bien un acto de resiliencia urgente es un reflejo, una obra de arte es una representación. En otras palabras, el arte contemporáneo se proyecta, planifica y analiza con anticipación: es decir, se ensaya. Al hacerlo, está condicionado a actuar simultáneamente entre el presente y el futuro, pero principalmente a regresar al pasado para comprender el estado actual de las cosas. Por lo tanto, ensayar la resiliencia se trata menos de un acto impulsivo de resistencia y más de incorporar la historia para dar forma a nuestros futuros: posibles, probables y preferibles. La afinidad entre ambas formas de resiliencia, urgente y ensayada, radica en el hecho de que ambas —eventualmente— reverberarán en algún otro lugar del mundo, afectando igualmente la vida social, independientemente de su naturaleza transitoria y de su desaparición inminente.
Dedicar nuestra primera edición del INSITE Journal a la resiliencia, en consecuencia, responde no sólo a comprender por qué somos resilientes, sino también a preguntar cómo ensayamos la resiliencia hoy en día. A lo largo de sus veintiocho años de historia, INSITE se ha visto inmerso en la realidad y las exigencias de su contexto inmediato, donde los artistas han tenido un impacto incisivo en el ámbito público —desde barrios metropolitanos hasta regiones binacionales más amplias. Planificados durante largos períodos de tiempo, estos proyectos representan microhistorias específicas que alguna vez fueron exigentes y críticas. Sin embargo, regresar y reinterpretarlas hoy, con diferentes temas en juego, es una oportunidad para observar cómo el arte contemporáneo desarrolla y reubica significados en el espacio social, más allá del zeitgeist de su época. Intercalarlos con debates en curso sobre nuestro estado actual de las cosas nos recuerda cómo el arte continúa dando forma a nuestro sentido de urgencia y pertenencia en el mundo.
En este primer número del INSITE Journal destacamos el texto para inSite_05 del geógrafo cultural David Harvey en la que hizo preguntas fundamentales como: ¿Qué significa ser humano en este momento? ¿Quiénes somos y en qué queremos convertirnos? ¿En qué tipo de mundo queremos vivir? Al mismo tiempo que debemos comprender nuestra realidad inmediata e intervenir, desde un nivel personal, en el desarrollo global a gran escala.
En la sección IN FOCUS, en su percepción de la obra Untitled Depot de Nari Ward (INSITE97), Chris Sharp llama la atención sobre la democracia hoy al tomar prestada la analogía política de un "lugar vacío" como una dimensión simbólica siempre en conflicto, mientras que Lucía Sanromán narra el trabajo de los artistas Michael Schnorr y Ulf Rollof, Abandonado II (IN/SITE92 e inSITE94), y reflexiona sobre la vulnerabilidad actual de la frontera Tijuana-San Diego. En ENSAYOS, Sandra Pinardi aclara las distinciones entre la autonomía del arte moderno y los "eventos enunciativos" que definen al arte contemporáneo en la realización de "lo común"; y Simon Sheikh describe cómo el arte contemporáneo y las instituciones culturales abordan lo "social" en el estado político actual. DOCUMENTOS está dedicado al trabajo de Johnny Coleman, Ruminations (1992) basado en los disturbios de 1992 en Los Ángeles provocados por el veredicto en el caso de Rodney King alegando brutalidad policial; y el Ayate Car de Betsabeé Romero (1997), un Ford restaurado de 1952 que fue abandonado intencionalmente en la frontera, que fusionó figuras mexicanas con la cultura estadounidense del low rider.