Anna Maria Maiolino
Podría haber muchos más que estos, 1997
En un video alojado en la página del archivo de INSITE se puede escuchar a Anna Maria Maiolino hablando sobre There could be many more than these / Podría haber muchos más que éstos, intervención que realizara en el antiguo Children’s Museum de San Diego como respuesta a la invitación para participar en inSITE 97, Private Time in Public Space, edición del proyecto fronterizo curada por Jessica Bradley, Olivier Debroise, Ivo Mesquita y Sally Yard. En la cinta se observa la típica mesa de trabajo que suele acompañar la presentación de la obra de la artista, además de algunas vistas de la pieza instalada: rollos de arcilla sin cocer, modelados a mano y dispuestos en rumas en un espacio de apariencia industrial. El sótano de cemento expuesto contribuía al carácter minimalista de la pieza. Los montículos de bobinas color terracota estaban organizados según sus formas: los más gruesos y cortos dispuestos verticalmente en columnas ordenadas, otros más delgados y largos dispersos en el suelo. Se trataba, como todas las obras de Maiolino que componen la serie “Terra Modelada”, de la acumulación ordenada de piezas similares pero únicas, pues cada una había sido moldeada a partir de un total de cuatro toneladas de barro por Maiolino y un grupo de mujeres jóvenes durante el transcurso de dos semanas de intenso trabajo.
Hay algo curioso en la ubicación elegida para There could be many more than these. Instalada en el sótano del antiguo museo de los niños, la obra no acaba de estar ni en un espacio propiamente público ni en uno eminentemente museístico. ¿Cuál es el público natural de este espacio y qué conexión podría tener con una pieza como ésta? En la instalación, al igual que en toda la serie, las formas que adopta el barro, simples y recurrentes, remiten a una de las técnicas más elementales de la realización de vasijas en cerámica: la técnica del enrollado. Pero esta habilidad, que constituye una destreza básica, es también el camino infantil de la vinculación con la materia. En el umbral de desarrollo de la motricidad fina, hacer rollos es para los niños pequeños una experiencia sensual y lúdica, un gesto primordial, vital y orgánico como el anudar, que constituye, en palabras de Maiolino, un “trabajo feliz” infinitamente repetible y explorable. Esta experiencia placentera tiene un valor inherente más allá de todo fin práctico o intención representacional ulterior. Si bien es un acto efímero exento de fuerza de representación, no deja de ser el registro de un ciclo vital: una materia transformada por la fuerza de unas manos que actúan como un organismo. Cuando Maiolino habla de “formas vitales” al referirse al producto visible de sus obras en barro, la referencia alcanza la fuerza orgánica invisible que hay detrás: la energía vital que los atraviesa, que deriva de un agente colectivo —ella y las mujeres que la asisten en la creación de la pieza— que se plasma temporalmente en la materia como un gesto sensible.
Anne Wagner aventura una aproximación conclusiva sobre la paradoja que impulsa la obra de Maiolino:1 dice que casi todo en ella invita a “una discusión sobre la muerte” y que, en su obra, “lo que está más vivo […] es su exploración de los límites y profundidades de la vida”.2 En su argumento, Wagner enfatiza el carácter arqueológico de la obra —sobre todo en los vaciados de cemento de la década de 2000—. Wagner refiere a una conversación de Maiolino con Holly Block, donde sostiene que:
“(…) la forma limita la fuerza vital, la aprisiona, pero también le permite encontrar una organización. Como encarnación de la disciplina, la forma es, al mismo tiempo, el inicio de la muerte.”3
Ésta es una observación aguda. Las piezas de barro de Maiolino nunca terminan de asumir una forma final: su crudeza les confiere un carácter atípico inigualable. Son una invitación al tacto, al tiempo que imponen una distancia ritual que las marcas y los gestos que les han sido impresos confieren al material. Sus formas son transitorias y, a fin de cuentas, irrelevantes frente al proceso feliz de transformación del material. El vacío no logra asumir una forma. En cerámica, una vez que el barro ha sido cocido y fijado en las formas utilitarias primordiales de un vaso o un cuenco, resulta inevitable que se trace una línea divisoria entre un adentro y un afuera, entre una superficie y el vacío que ésta contiene. Las bobinas de barro de Maiolino adolecen de ese límite. De modo poderosamente poético, se nos presentan como formas primordiales de energía.