Una agenda oculta
Una agenda oculta
Cuando Christopher Alexander y su equipo se pusieron manos a la obra en el Proyecto Experimental de Mexicali en marzo de 1976, la vivienda era una de las prioridades esenciales de México. En la década anterior, el país había alcanzado su pico histórico de crecimiento demográfico y la presión cada vez mayor sobre el parque habitacional se estaba convirtiendo en una crisis de escala nacional.1 En respuesta, durante los años setenta, el Gobierno federal impulsó una estrategia de vivienda sin precedentes, apuntalada por una serie de instituciones y normas colosales que incluían al Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), el Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Fovissste), la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas (Sahop) y la Ley General de Asentamientos Humanos.2
Respaldado por este nuevo marco institucional y por una economía en pleno auge, el Gobierno comenzó a construir vivienda de interés social a una velocidad récord.3 Durante la década de 1970 aparecieron a lo largo y ancho del país cientos de desarrollos multifamiliares de alta densidad (la tipología insignia del Estado de bienestar mexicano). Proyectos como el Infonavit Iztacalco, El Rosario, e Integración Latinoamericana retomaron la tradición de los experimentos habitacionales pioneros de los años cincuenta y sesenta, como el Centro Urbano Presidente Alemán, la Unidad Independencia, y el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, al tiempo que exploraban nuevas escalas, densidades y usos.4 Consciente de que la vivienda nueva por sí sola no alcanzaba para hacer frente a la cambiante demografía del país, el Gobierno también abordó el problema de la creciente informalidad a partir de un conjunto de nuevas instancias como el Instituto Nacional para el Desarrollo de la Comunidad Rural y la Vivienda Popular (Indeco) en 1970, la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett) en 1974 y el Fondo Nacional de Habitaciones Populares (Fonahpo) en 1981.
Grupos de base, especialmente el Movimiento Urbano Popular, habían logrado un importante peso político después de años de lucha y estaban brindando a miles de familias acceso a la tierra y la vivienda, así como a servicios básicos, mediante redes de autoayuda y ayuda mutua.5 Organizaciones no gubernamentales como el Centro Operacional de Vivienda y Poblamiento (Copevi), estaban explorando alternativas en materia de procesos de diseño y formas de tenencia en proyectos comunitarios como la cooperativa de vivienda de Palo Alto en la Ciudad de México.6 A su vez, especialistas como Oscar Lewis, William Mangin, Luis Unikel, Larissa Lomnitz, Gustavo Garza y Martha Schteingart dirigían investigaciones innovadoras acerca de los asentamientos humanos desde múltiples enfoques disciplinarios,7 y grupos académicos como la Escuela Nacional de Arquitectura-Autogobierno abrían espacios de resistencia política que trataban la vivienda desde perspectivas nuevas y radicales. Además, incontables escritores, cineastas y fotógrafos documentaban la vida cotidiana de las clases medias y bajas mexicanas, añadiendo capas adicionales a las discusiones en torno a la vivienda; por dar algunos ejemplos, en la novela Chin Chin el teporocho de Armando Ramírez, la colección de ensayos Días de guardar de Carlos Monsiváis, la historieta La familia Burrón de Gabriel Vargas, o la película Quien resulte responsable de Gustavo Alatriste, la vivienda y el entorno construido adoptaron la forma de personaje principal.
Sin embargo, durante su expedición al otro lado de la frontera, Alexander expresó poco o nulo interés por estas u otras ideas. No fue por falta de información, ya que sin duda estaba al tanto de los acontecimientos de su tiempo; de hecho, en las primeras páginas del libro The Production of Houses [La producción de casas], un recuento, en parte manifiesto, en parte bitácora, memoria y manual, acerca de sus días en Mexicali, Alexander reconocía “el valor de muchos de los esfuerzos que hace la gente para resolver ‘el problema de la vivienda’”.8 No obstante, tan pronto como puso pie en México, Alexander no solo pasó por alto cualquier idea distinta a las suyas, sino que además descartó cualquier forma de conocimiento preexistente. A lo largo de sus escritos, Alexander describe a Mexicali, y a México en general, como una especie de baldío cultural y tecnológico gobernado por un Estado fallido y habitado por una sociedad atrasada cuyos miembros construían “sin conocimiento” y que, por tanto, debían ser “dirigidos y enseñados a proyectar su propia vivienda y a construirla”.9 Por suerte para ellos, Alexander estaba ahí para enseñarles “las reglas para hacer casas”.10 En principio, el “Método Alexander”, como lo llamó alguna vez Philip Tabor,11 era un proceso horizontal y participativo “en el que las familias diseñaban sus propias casas”.12 Sin embargo, la mayoría de las reglas resultaron ser innegociables. Por ejemplo, el representante de cada familia debía ser un miembro activo del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores de Baja California (ISSSTECALI); debían ganar al menos 5,000 pesos al mes, no tener casa propia, estar casados y tener al menos dos hijos. Las familias vivirían en el Conjunto Urbano Orizaba, un asentamiento irregular en el extremo poniente de la ciudad. El gobierno del Estado les brindaría préstamos para los terrenos, y el ISSSTECALI otorgaría a cada familia un préstamo por 40,000 pesos (unos 3,500 dólares estadounidenses de aquel tiempo) para construir su casa. Finalmente, los equipos del Center for Environmental Structure y la Escuela de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Baja California proporcionarían la asistencia técnica necesaria.13
Las familias vivirían agrupadas en un mismo conjunto, organizarían sus casas en torno a un patio central y las diseñarían basándose en el libro Un lenguaje de patrones del mismo Alexander.14 El proceso sería supervisado por un “arquitecto- constructor” que era, en palabras de Alexander, un “nuevo tipo de profesional que asume las funciones que hoy atribuimos al arquitecto, pero también las que hoy atribuimos al contratista”, la “columna vertebral” o el “cerebro” del proceso, alguien que “controla” el sistema constructivo.15 Un “patio del constructor”, considerado como “la contraparte física del arquitecto-constructor” y situado al otro lado de la calle donde posteriormente se habrían de construir las cinco casas, proporcionaría “un punto de anclaje físico: una fuente de información, herramientas, equipo, materiales y orientación”.16 Allí, las familias aprenderían diferentes “técnicas de construcción con suelo cemento y bóvedas de cascarón de concreto aligerado”, que Alexander afirmaba haber inventado unos años atrás,17 además de producir sus propios bloques utilizando una prensa italiana marca Rosacometta, importada expresamente para el proyecto.
Durante los meses que duró el proceso de diseño y construcción, todos parecieron respetar las reglas y seguir el juego; sin embargo, una vez que el ajetreo y el bullicio se diluyeron y la vida cotidiana se asentó, el choque cultural entre la visión de Alexander y los usos y costumbres de las cinco familias se hizo evidente. Por ejemplo, en una ciudad acostumbrada a la vida unifamiliar, la tierra comunal, en cuya concepción, según admitiría más tarde Alexander, él y su equipo “desempeñaron un papel fundamental”,18 pronto se dividió en cinco patios privados. En una sociedad en la que las casas se adaptan con el tiempo a los cambios constantes de los hogares y tienden a crecer verticalmente, los techos abovedados se convirtieron en un obstáculo casi imposible de superar (por ejemplo, para añadir un segundo piso a su casa, la familia Reyes construyó una estructura de metal completamente nueva alrededor de la casa original). Y en un país en el que, en esa época, casi siete de cada diez familias recurrían a la autoconstrucción utilizando lo que pudieran encontrar en su ferretería local, los bloques experimentales de Alexander resultaron incompatibles con los materiales estándar de construcción disponibles para futuras ampliaciones.19
Estas discrepancias revelan mucho más que meros descuidos accidentales. En más de un sentido, son expresión de las omisiones deliberadas que sustentan y dan sentido al discurso de Alexander. Contra el telón de fondo tras el que ocultaba las ideas de otros, sus teorías parecían singulares, revolucionarias y, ante todo, urgentes. En una despiadada crítica de The Production of Houses publicada en 1986, Reyner Banham señalaba, con precisión, que el viaje de Alexander hacia el sur estaba impulsado por “una agenda oculta más allá de la provisión de mejores viviendas para los mexicanos de las zonas urbanas”.20 Pero la agenda de Alexander estaba escondida a plena vista, como sugiere la sinopsis publicada en la sobrecubierta del libro: “Este nuevo libro de la serie pone a prueba las teorías de Alexander y muestra qué tipo de sistema de producción es capaz de crear el tipo de entorno que Alexander concibió”. En este sentido, Mexicali era menos un fin que un medio para alcanzar un fin; era, como continúa la sinopsis, “solo el punto de partida para una teoría integral de la producción de vivienda”.
Las teorías de Alexander eran, en el mejor de los casos, contradictorias. El Proyecto Experimental de Mexicali se construyó en un momento en que pensadores radicales de toda América Latina, desde Iván Illich hasta Paulo Freire, cuestionaban cómo producimos y distribuimos el conocimiento en las sociedades modernas, y anarquistas como John F.C. Turner y Colin Ward exigían un desmantelamiento radical de las estructuras de poder dentro del entorno construido. Si bien Alexander enmarcó su visión con una crítica feroz al autoritarismo de los sistemas de producción de vivienda tanto del Estado como del mercado, no supo ver la naturaleza jerárquica de su propia contrapropuesta.21 En la cuarta y última parte de The Production of Houses, titulada atinadamente “The Shift of Paradigm” (El cambio de paradigma), Alexander concluye: “Por fin, nos encontramos cara a cara, pues, con el hecho inevitable de que el sistema de producción que hemos descrito en verdad describe un tipo de realidad totalmente nuevo. Describe un nuevo ‘algo’ que es esencialmente un nuevo sistema social”.22 Irónicamente, el Proyecto Experimental de Mexicali terminó poniendo a Alexander “cara a cara” con un “hecho inevitable” diferente: que no puede impulsarse un “cambio de paradigma” desatendiendo el “sistema social” existente e imponiendo uno nuevo.
Felipe Orensanz es un arquitecto y urbanista que vive en la Ciudad de México. Recientemente coeditó el libro Ciudad Independencia / Seguro Social (2022). Actualmente trabaja en una antología sobre el Proyecto Experimental Mexicali. Recibió la Medalla Alfonso Caso y es miembro del Fondo Nacional de las Artes de México.
Alejandro Peimbert es Director de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UABC, Mexicali. Es Doctor en estudios socioculturales y arquitectura por la UABC y autor de Paisaje intersticial: vacíos y ruinas en el arte, la arquitectura (2016) y Solución Plástica: Envolvente, Cultura y Entorno en la Arquitectura Contemporánea (2023).