De Mexicali a la
Franja
de Gaza: (Re)diseñando la
ciudad asimétrica
De Mexicali a la
Franja
de Gaza: (Re)diseñando la
ciudad asimétrica
Podría decir algunas cosas más críticas sobre la filosofía de Christopher Alexander como arquitecto: una crítica, por ejemplo, sobre cómo incluso los arquitectos socialmente conscientes pueden caer en la falacia de una imagen de sí mismos como pequeños dioses creando algo a partir de la nada en el “espacio vacío”. Pero solo diré que en la obra de Alexander existe un ethos de creencia colonial británica en la belleza ordenada, la simetría y la priorización de las formas controladas de la “naturaleza”. Imaginar que Alexander es un pionero de los años setenta de cualquier tipo, incluso en el sector de la vivienda social, como el primero en darse cuenta de que el bienestar humano está conectado con el entorno natural, es una presunción profundamente colonial que desestima los conocimientos, formas de ser y formas de construir indígenas.
Este privilegio es un reflejo más amplio de los campos de la arquitectura y la planeación durante este periodo, y es representativo de los estándares coloniales históricamente constituidos dentro de la arquitectura y la planeación urbana, que continúan favoreciendo las perspectivas occidentales y europeas. Esto no quiere decir que esté en desacuerdo con la noción de Alexander de que la cualidad física de nuestros entornos construidos y naturales puede producir bienestar y, por ende, también un malestar mayor. Quiénes somos, en cuanto humanos que nos movemos a través de nuestros diversos entornos, nuestras subjetividades, nuestras identidades y formaciones culturales y sociales importa, porque siempre estamos (como personas, y no sólo como diseñadores, planeadores o arquitectos) dando forma y cobrando forma a partir de los espacios donde vivimos y con los que nos relacionamos.
En este sentido, el Experimento Mexicali fue un ejercicio radical en la creación de una forma de vivienda social que pudiera adaptarse no sólo a su entorno natural, sino a un “público” que con frecuencia no se suele considerar como poseedor de una agencia o privilegio para diseñar. La intervención inicial de Alexander en Mexicali como experimento de vivienda social tuvo en cuenta el contexto local de las familias que vivirían allí, y prestó especial atención al clima y al entorno del árido Mexicali desde una perspectiva de diseño que incorporaba las materias primas de la tierra y los recursos locales. Sin embargo, Alexander ofrece una comprensión y una idea específicamente coloniales británicas de la belleza como algo simétrico, de ahí la repetición de la forma circular, que me gustaría utilizar para replantear la conversación en torno al complejo de viviendas tal y como se construyó en 1975–76, y tal y como se transformó posteriormente -quizás una razón por la que, a pesar de las esperanzas de Alexander, no se «amplió».
Así, la visión de Alexander sobre el espacio y sus ideas sobre la integrabilidad de la historia natural y la belleza del paisaje son visibles en el diseño del Experimento Mexicali. Me pareció muy significativa su visión retroactiva del proyecto unos siete años después de su diseño, en 1984.1 En su reflexión sobre los cambios que se habían hecho en el sitio, se aprecia una actitud más bien colonial, según la cual, en su opinión, las familias que vivían en la comunidad habían «estropeado» la integridad del diseño. Esta creencia colonial tiene dos vertientes: que el diseño en sí es puro y debe ser «atemporal» (no cambiar nunca), y que el extranjero [blanco] puede saber qué es lo mejor para el local [nativo]. Vemos esto tanto dentro como fuera de la arquitectura como un conjunto de conocimientos basados en la historia que han privilegiado las formas europeas, y a menudo específicamente británicas, de «conocer» la tierra y saber lo que debe venir a esa tierra, así como la forma en que debe gestionarse. Vemos que estas ideas se repiten aún hoy, como punto de conflicto tanto en los movimientos coloniales como en los descoloniales, actualmente, en todo el mundo.
Sin embargo, una de las grandes contribuciones de Alexander a la arquitectura, quizá derivada de su capacidad de integrar la belleza –a la que presta tanta atención—en la simetría recurrente de los organismos naturales en el nivel microbiológico, es que con el tiempo (1984) él está dispuesto a aceptar las adaptaciones, mutaciones y modificaciones que el complejo de viviendas comienza a encarnar en este breve periodo. En este sentido, el sitio se convierte en un objeto más vivo, y su diseño se vuelve aun más exitoso: se pretendía que hubiera cierta apertura, la cual al final permitió que prosperara su naturaleza humana. Podríamos decir que esta evidencia de lo humano en el espacio o sus «estropeos» lo hacen más completo. Ciertamente, en términos de su utilidad y funcionalidad para los residentes originales. Y así también deberíamos medir y entender la belleza: ¿vemos con el tiempo pruebas del desorden asimétrico de la vida que da lugar a modificaciones adaptadas a sus residentes? ¿Vemos que la casa se convierte en un hogar a través de sus protuberancias, sus imperfecciones, sus crecimientos antiestéticos? El contexto del diseño es y debe ser siempre cambiante. «La ciudad no es un árbol», pero la ciudad crece igual.2
Véase el análisis de Cruz y Forman (2020) que conecta la esperanza futura de una «Gaza abierta», por ejemplo, con la conflictividad de la frontera entre EE.UU. y México, que también constituye en gran medida el paisaje construido y «natural» de Mexicali como lugar. Si Mexicali es naturalmente (por naturaleza, a través de su ubicación fronteriza, y su materia prima) un lugar bastante poroso, entonces el muro fronterizo es una fantasía (y tal vez no debería tener lugar). Este es un ejemplo de cómo la simetría es algo más que un diseño físico. La simetría en los elementos más físicos del Experimento Mexicali pasó por alto las «asimetrías del poder [social, económico y político]», como dicen Cruz y Forman, que siempre están presentes en los espacios construidos y naturales. Es particularmente peligroso ignorar las asimetrías de poder en lugares fronterizos como Mexicali, la Franja de Gaza, y muchos otros lugares naturales/antinaturales en todo el mundo. Si el complejo de viviendas en Mexicali no existe hoy en su forma deseada, como una intervención temprana en la vivienda social, es quizá porque no incorporó una comprensión de esta asimetría de poder, incluso cuando el sitio refleja una hermosa simetría de diseño en su uniformidad, en sus bóvedas, en su compatibilidad ecológica (mas no social) con el paisaje físico nativo.
El arquitecto de Gaza, Salem Al Qudwa, reflexiona sobre cómo los palestinos, encerrados a la fuerza dentro de Gaza, demuestran su necesidad de una constante construcción y reconstrucción. La resistencia y adaptabilidad palestinas son poderosas. En Gaza es frecuente que se desafíen las estructuras con base en el diseño para participar en el proceso de la planeación cotidiana bajo restricciones tanto materiales (literalmente los ladrillos) como corporales. Como apunta Al Qudwa: “Sin embargo, en Gaza encontramos aún otro aspecto más de lo ‘ordinario’ que se vincula con la reducción de la vida cotidiana a un mínimo indispensable en el que el acceso al combustible, la electricidad y otras necesidades básicas no es gratuito, sino que está restringido por Israel, cuyo control de las fronteras teóricas de la Franja de Gaza es absoluto”.3
Interpreto que la imagen de arriba representa a un niño palestino en una casa recién construida o reconstruida en Gaza. Está en el proceso de crear una escalera integrada para entrar a su casa a través del resquicio de una ventana; una ventana que quizá para su pequeño marco también resulte una entrada excelente. En esta imagen se ven de manera simultánea el diseño (planeado) y el rediseño (no planeado) de este pequeño arquitecto del día a día, adecuados a sus necesidades y a su punto de vista en cuanto a qué cambios contribuyen a la eficiencia y accesibilidad del espacio. El derecho a rediseñar la propia casa, como se representa en la imagen, parece una victoria tan pequeña, y sin embargo muy pocos, más allá de una clase particular, tienen ese derecho. La vivienda pública, como algo que domina el paisaje arquitectónico, se identifica fácilmente por su uniformidad de diseño, pero también por los componentes de diseño que existen para facilitar un férreo control social. Los pobres no deberían poder elegir: este mensaje se transmite a menudo a través de la forma del propio edificio o, como dice el propio Alexander «la calidad muerta y sin vida de los proyectos de vivienda modernos es bien conocida» (1984).
El “derecho a la ciudad”,4 para muchas personas hoy en día, sigue siendo objeto de un violento reclamo (Santos Junior, 2014).5 El concepto y el contexto del derecho a “habitar” en la frontera entre México y EE.UU. es un fracaso de política de proporciones globales, que causa muertes masivas en ambos lados del muro. Como apuntan Cruz y Forman: “los muros fronterizos y las políticas fronterizas suelen ser heridas autoinfligidas en los propios constructores fronterizos, pues a menudo interrumpen los flujos ambientales, económicos y sociales básicos para la salud y la sustentabilidad de la región más amplia” (2020).6 Cada ejecución del muro fronterizo de los EE.UU. es un éxito y un fracaso de diseño en cuanto el muro es tanto superable como insuperable, lo cual cuestiona su propio propósito al tiempo que continúa perjudicando física, política y ambientalmente a la gente y a la tierra.
Retomando el momento de reflexión de Christopher Alexander sobre el Experimento Mexicali, creo que su propia toma de conciencia es de importancia crítica: el diseño no sustituye a la función y la belleza adopta muchas formas tanto dentro de la “naturaleza” como dentro de nuestra humanidad. Si bien en un principio, Alexander podría haber visto ofendida su falsa conciencia en cuanto a la pureza de sus intenciones, al priorizar una simetría de diseño sobre una simetría de poder, parece que logró entender que las personas que viven en un lugar tienen derecho a crear y recrear sus casas, así como a ser autores de sus propias historias, y eso es precisamente lo que hace un lugar más, y no menos, apropiado para los seres humanos. Esa habilidad de adaptar y cambiar podría correlacionarse con la percepción de ciertos cambios por parte de los residentes en su propio sentido de poder.
El complejo de viviendas en Mexicali fue diseñado para adecuarse al paisaje natural cálido y seco de la ciudad, para ser accesible a comunidades de bajos ingresos, con la esperanza en mente de que pudiera ser un prototipo a gran escala de vivienda social. Fue diseñado con la eficiencia de recursos naturales en mente, es decir, fue un experimento modelo en ideales contemporáneos sobre arquitectura “ecológica” y “apropiada” para la vivienda de bajo costo. En donde el sitio se vio limitado es en donde la arquitectura y la planeación siguen limitadas. Al no tomar en cuenta realmente las diferenciales de poder pasadas y actuales entre el diseñador y lo diseñado, entre lo local y lo no local, entre residente y el colonizado, etcétera, la longevidad de la vivienda que creemos que la gente necesita (y lo que en realidad necesitan) se ve comprometida por las fallas de nuestra propia imaginación. A veces lo que imaginamos, lo que creamos, lo que permitimos recrear es poderoso, porque es como lo que dice Al Qudwa: “Ordinario. Banal. Cotidiano, una súplica por lo antimonumental y lo antiheroico”.7
AJ Kim es docente titular de Planeación Pública en la School of Public Affairs en San Diego State University. La investigación de Kim se centra en la participación de los inmigrantes en la economía informal y los mercados laborales étnicos, así como en el desarrollo económico comunitario y la salud relacionados con el entorno construido.