INSITE Journal
Suely Rolnik
La vida en venta

Este artículo apareció originalmente en el catálogo de la exposición Farsites, durante inSite_05, editado por Adriano Pedrosa. San Diego, CA: Installation Gallery, 2005.

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Suely Rolnik
La vida en venta

Este artículo apareció originalmente en el catálogo de la exposición Farsites, durante inSite_05, editado por Adriano Pedrosa. San Diego, CA: Installation Gallery, 2005.

A fines de la década de los setenta surgió un cambio significativo en la política predominante de la subjetivación, mismo que, desde entonces, desempeña un papel fundamental en el capitalismo financiero transnacional que se implanto en todo el planeta. Problematizar esta política y, en particular, la instrumentación perversa de la fuerza de la creación artística que impone, resulta una tarea indispensable para la vida de las sociedades contemporáneas si se busca confrontar determinados callejones sin salida, tolerados por dicho régimen económico.

            Para hacer frente a este desafío será necesario seguir dos rutas alternas. La primera de ellas se refiere a la paradoja de la sensibilidad humana —los dos estilos irreductibles de aproximarse en forma sensible a la otredad— y con el estatus que dicha paradoja significa para el proceso de individualización. La segunda se ocupará de la genealogía de la política predominante de la subjetivación en la época actual.

Paradoja de lo sensible

            Comprender la otredad del mundo y relacionarse con ella como materia, implica la activación de diversos potenciales de la subjetividad en su dimensión sensible, y depende de si el mundo material es tornado, originalmente, como patrón de forma o como campo de fuerza. Entender el mundo como forma requiere de la percepción que se lleva a cabo mediante el ejercicio empírico de la sensibilidad, mientras que comprenderlo como fuerza necesita de la sensación, que se genera por medio del ejercicio intensivo de la sensibilidad. Esta última se produce al momento del encuentro entre el cuerpo, como un campo de fuerzas —constituido por las energías nerviosas que lo recorren— y las fuerzas del mundo que lo afectan. En esta relación con el mundo como un campo de fuerzas, nuevos bloques de sensaciones vibran dentro del cuerpo-subjetividad, al verse afectado por nuevas experiencias variables y variadas de la otredad del mundo.

    La "percepción" y la "sensación" se remiten a fuerzas diferentes del cuerpo sensible. La percepción del otro muestra su presencia formal en la subjetividad, presencia que se refleja en representaciones visuales, auditivas, etc., mientras que la sensación aporta la presencia viva del otro, misma que no puede ser representada o descrita, sino solo expresada, en un proceso que requiere de una invención —un proceso de individualización, mediante el cual se manifiesta una singularidad, por ejemplo, una manera de ser, de sentir o de pensar, una forma de socialización, un territorio de la presencia, pero, también, una obra de arte.

                    Entre estos dos estilos de aprehender el mundo existe una disparidad invencible. Esta paradoja forma parte de la sensibilidad humana y es la fuente de su dinámica, así como la fuerza conductora por excelencia de los procesos de la subjetivación que hace estallar los movimientos inagotables de creación y recreación de la realidad de uno mismo y del mundo. La razón de ello es que la paradoja, por fin, mantiene bajo control las formas actuales de la realidad, en tanto se convierten en un obstáculo para la integración de nuevas conexiones del deseo, que provocan el surgimiento de un nuevo bloque de sensaciones. Entonces, esas formas dejan de ser guías y conductoras del proceso, están despojadas de toda vitalidad y pierden su significado. Así, se genera una crisis de la subjetividad que ejerce presión y suscita sentimientos de asombro y de temor, ocasionando una sensación de vértigo.

                    Para responder a esta molesta presión, la vida se moviliza dentro de la subjetividad como un poder de invención y de acción. El sentimiento de asombro, así como el temor obligan a expresar una nueva configuración de la existencia, una nueva idea de uno mismo, del mundo y de las relaciones entre ambos, lo que pone en marcha el poder de creación, el efecto artístico.

                    Este mismo sentimiento también obliga a que uno actúe de manera tal que la nueva configuración pueda insertarse en la existencia e inscribirse como una realidad compartida dentro del mapa prevaleciente, a fin de que el proceso que pone en marcha el poder de acción (el efecto político, tanto en su aspecto constructivo como en su resistencia a las fuerzas opresivas) permanezca inconcluso.

                    La culminación de este proceso constituye el tránsito de una realidad virtual, intensiva, a una actual, empírica, desatada por la disparidad existente entre ambas experiencias de otredad. Denominare a dicho transito "acontecimiento", ya que la creación de un mundo pone a trabajar al globo terráqueo.

                    En la relación del mundo como forma, cual si hubiera sido intervenido por las representaciones, la subjetividad se sitúa en el espacio de su actualidad empírica y se reconoce dentro de la correspondiente cartógrafa de las representaciones; en la relación del mundo como campo de fuerzas, esta se coloca dentro del diagrama de sensaciones que constituyen el efecto de la irreductible presencia viva del otro; mientras que en la relación de la paradoja y estas dos experiencias sensibles, la subjetividad se establece dentro de la temporalidad de su vibración vital, en otras palabras, se sitúa como acontecimiento, como su devenir-otro.

                    Este proceso hace que todas las formas de subjetividad se conviertan en configuraciones efímeras en un equilibrio inestable. De tal manera, las políticas de subjetivación son elásticas, cambian y se transforman, surgen como una función de nuevos diagramas sensibles y de la pérdida del significado de las cartografías existentes; así, varían junto con los contextos socioculturales, de los cuales son la consistencia existencial y sensible. Su especificidad está determinada, entre otros factores, por sus políticas de conocimiento, es decir, por el sitio que ocupan estos dos estilos de acercamiento sensible al mundo, por las dinámicas de su relación, así como por el estatus de la paradoja que existe entre ellos.

                    Entonces, ¿de qué manera pueden utilizarse hoy en día estas consideraciones para problematizar la política predominante de la subjetivación?

Genealogía de la política predominante de la subjetivación

                    Para responder a esta pregunta hay que remontarse un decenio, es decir, hacia fines de la década de los sesenta e inicios de la de los setenta, cuando la quiebra prolongada —proceso de decadencia que se inició en los últimos años del siglo XIX y en el cual el denominado sujeto moderno se encontraba inmerso— alcanzó su nadir y provocó una importante crisis social, cultural y política. Al hablar del sujeto moderno me estoy refiriendo a la figura del "individuo" que confía en la posibilidad de controlar la naturaleza, las cosas, y a el mismo, por medio de la voluntad y la razón, con el dominio de su ego. ¿De qué política del conocimiento depende tal modelo de la subjetividad que se sustenta en la crisis?

                    Mantener la ilusión de control sobre las turbulencias de la vida depende de determinado estatus de los ejercicios empíricos e intensivos de lo sensible. Por una parte, existe un letargo en el ejercicio intensivo de lo sensible y, por la otra, se genera una hiperactivación del ejercicio empírico. Por lo tanto, la subjetividad tiende a desplazarse en forma exclusiva dentro de los límites de su territorio existencial actual y de los contornos de su correspondiente cartografía, mismos que se han materializado. La experiencia de la paradoja entre las nuevas sensaciones y la cartografía actual se rechaza y se reprime y, debido a ello, aquello que provoca los sentimientos de perdida de significado, de asombro y de temor resulta desconocido. Como consecuencia de lo anterior, las fuerzas de creación y de acción, introducidas de manera natural en el juego, por medio de la experiencia de perdida de referencias, se encuentran disociadas de la sensación, es decir, de los efectos de la presencia viva del otro, de los signos que dichas fuerzas demandan ser descifrados, y de la fuerza crítica que estas tienen respecto a las orientaciones reinantes.

                    El resultado que se obtiene es una hipertrofia del ego, el cual transgrede su función primaria de guiar la subjetividad a través de los meandros del mapa de las representaciones y reclama el poder de mando sobre los procesos de creación de nuevas formas de vida social y subjetiva, así como el de proporcionarse a uno mismo una consistencia subjetiva. Esto da lugar a un sentimiento de espacialidad y de totalidad, que se desprende del mundo y de la temporalidad; de ahí, la idea de que el individuo posea una supuesta interioridad. Con este tipo de subjetividad, gobernada por el principio de identidad, se establece un letargo en su dimensión viva, semejante a la política predominante de la subjetivación que tomó forma entre los siglos XVII a XIX.

                    Tal es la imagen de la subjetividad que comenzó a entrar en decadencia a fines del siglo XIX, proceso que culminaría después de la segunda Guerra Mundial. Las causas que ocasionaron este declive han sido ampliamente estudiadas, por lo que no es necesario volver a ellas. No obstante, existe un aspecto que debe ser subrayado para los propósitos que se persiguen: a partir de los últimos años del siglo XIX y en adelante, la subjetividad se vio expuesta de manera creciente a mayor y más acelerada diversidad cambiante de mundos que la que había conocido con anterioridad, sobrepasando psíquicamente aquello para lo que se había preparado. Una negociación entre lo virtual y lo actual resulta necesaria a fin de incorporar los nuevos estados sensibles que se van generando de manera incesante y que ya no pueden ser contenidos en su estado de represión, tal y como había sucedido en la política moderna de subjetivación. Comienza a surgir una nueva estrategia del deseo, a la cual denominare "subjetividad flexible", en referencia a una noción propuesta por Brian Holmes1  que desarrollare aquí en el sentido de su psicodinámica. Desde fines del siglo XIX y a lo largo de la primera mitad del XX, esta figura apareció principalmente entre la vanguardia artística e intelectual.

                    Al iniciarse la década de los cincuenta, y con mayor intensidad en los años sesenta y principios de los setenta, esta flexibilidad subjetiva rebasó la vanguardia cultural, registrando su presencia palpable en toda una generación. Un movimiento de no identificación masiva con el modelo de sociedad predominante se desató entre amplios sectores de los jóvenes de clase media de todo el mundo. Las fuerzas del deseo, la creación y la acción, puestas en marcha de manera intensa por la crisis, comenzaron a aplicarse en audaces experimentos existenciales, rompiendo en forma radical con el establishment. Un amplio sector de la población adopto la flexibilidad subjetiva como política del deseo, y comenzó a abandonar el estilo de vida que llevaba ya trazar cartografías alternas, proceso apoyado y hecho posible, gracias a su expansión colectiva.

                    La nueva política de subjetivación se caracteriza por aspectos diversos, entre los que se incluyen la activación del ejercicio intensivo de lo sensible y el surgimiento de una instancia de subjetividad cuya función es marcar la disonancia entre los efectos de los dos ejercicios de lo sensible, así como también la imperfección de los mapas empíricos y la necesidad de crear otros, cada vez que la vida lo indique o lo requiera, como condición para mantener la calidad del proceso. Denominare a esta instancia el ''yo".

                    Con un yo en funcionamiento, la subjetividad se orienta al desarrollo de su potencial nómada, es decir, a la libertad de deshacerse de los territorios a los que está acostumbrada, negociando entre conjuntos de referencias, para llevar a cabo otro tipo de articulaciones, y también crear nuevos territorios. A fin de realizar lo anterior, el ego debe elevar, asimismo, su capacidad cognitiva, para así aprender a moverse dentro de las nuevas cartografías. No obstante, existen numerosas políticas de creación de territorios, y para que este proceso se desarrolle en dirección del movimiento de la vida, se requiere establecer dichos territorios sobre la base de la premura que indiquen las sensaciones. El yo orienta dicho proceso por medio de su condición de interfase con el diagrama virtual y el mapa actual, complementando su función como una alarma que indica la necesidad de realizar un cambio entre ambos registros, con su otra función como operadora de ese cambio. En esta política, el yo reemplaza al ego como guía de los procesos de subjetivación, es decir, como instancia organizadora de uno mismo, y, por lo tanto, de aquello que proporciona la consistencia subjetiva. Se crea, así, un tipo de subjetividad que incorpora la paradoja que lo constituye como temporalidad; en otras palabras, se crea un proceso de subjetividad múltiple y conveniente.

                    Este cambio en la política del deseo provoco una grave crisis subjetiva, social y cultural que amenazo al régimen económico y político existente. Ante esta situación, la estructura de poder necesitaba nuevas estrategias para reafirmarse y retomar el control, lo cual se lograría a fines de la década de los setenta e inicios de los ochenta. La corriente de fuerza creativa, puesta en marcha por la desterritorialización y la crisis, seria instrumentada por el capital que se apodero de la proliferación social, de la propia subjetividad flexible, y no solo de su principio funcional, sino también de las formas de critica que expresaba, así como de los estilos de vida que había creado durante más de dos decenios. De la misma forma, como sucede con las artes marciales del Lejano Oriente, en las que uno no ataca las fuerzas del enemigo, sino más bien las utiliza en contra de este, las invenciones de la década de los sesenta, así como las de principios de los setenta, serian utilizadas por el nuevo régimen como doctrina y como aliciente.

Espectáculo de realidad global

                    A fines de la década de los setenta, el capitalismo financiero transnacional alcanzo su completa dimensión, convirtiéndose en lo que podría denominarse, como lo hacen Toni Negri y Michael Hardt,2  capitalismo "cognitivo", ''cultural" o "cultural-informativo", y hacienda hincapié en que la fuerza laboral, de la que hoy en día se obtiene —de manera predominante— la plusvalía, no es ya la fuerza mecánica del proletariado, sino más bien constituye el poder de conocimiento e invención de una nueva clase productiva, a la cual algunos autores denominan el "contrariado". Pero, ¿de qué manera surgió este poder de invención, como si se le hubiera extraído mediante un sifón?

                    La idea de Maurizio Lazzarato,3  que interpretare desde el punto de vista de la política del deseo, podría resultar de gran utilidad para responder a esta última interrogante. Lazzarato señala una diferencia importante entre capitalismo industrial y capitalismo empresarial, mismo que, en aquel entonces, se extendía por todo el mundo. En la fábrica fordista, el nuevo régimen elabora fundamentalmente "la creación de mundos", en lugar de producir objetos. Se trata de mundos-imagen, fabricados por la cultura publicitaria y de masas y transmitidos por los medios masivos, que servirán para preparar el terreno cultural, subjetivo y social, en la implantación de mercados.

                    Hacia finales de la década de los setenta, las subjetividades se veían expuestas a una desterritorialización cada vez más intensa; esto se debía, de manera primordial, al poderoso despliegue de las tecnologías de comunicación a distancia, así como a la necesidad de adaptarse a un mercado que se modificaba a una velocidad creciente. Sin embargo, los efectos subjetivos particulares de la desterritorialización introdujeron un cambio radical, generado por los mundos imagen del capital. Esta diferencia particular constituye uno de los principales aspectos de la política de la subjetivación que surgió en esos años.

                    La cadena que constituye este mundo-fabrica capitalista incluye tres tipos de productores, quienes instrumentan en su trabajo el poder de la inteligencia, del conocimiento y de la creatividad, pero también el de las creencias, la espontaneidad, la sociabilidad, la presencia afectiva, etc. El primero de ellos es el de los creadores, entre los cuales se incluye una serie de nuevos sectores productivos, como el de la publicidad (y todos los profesionales que forman parte de él), las consultorías, los cazadores de talento, los departamentos de mercadotecnia y los gerentes de personal, entre otros. Todos forman parte del equipo estratégico que se requiere para participar en el nuevo tipo de conflicto que hemos estado viviendo desde entonces, al cual Maurizio Lazzarato denomina "guerra estética planetaria", conflagración que tiene lugar en los mundos de 'lo listo para usarse' creados por el capital, en la feroz competencia que se registra entre las máquinas de palabras que luchan entre ellas para conquistar el mercado de las subjetividades que se encuentra en crisis. No es suficiente crear mundos-imagen, estos deben contar, asimismo, con el poder de seducción, de tal manera que las subjetividades los seleccionen como modelos, con el fin de elaborar nuevos mapas y de concretarlos en su vida cotidiana. Claro está, dichos mundos -que se originaron como campañas publicitarias y cuya realidad solo es la de la imaginería, la de los signos- deberán, en última instancia, construirse en la vida social, para, así, estar en posibilidad de mover los mercados.

                    En ese momento interviene el segundo tipo de productores de la cadena, los consumidores, aquellos que actualizan su realidad en la existencia empírica y, así, se convierten de manera simultánea en productores del régimen. Estos deben poseer gran agilidad cognitiva para atrapar y seleccionar la pluralidad de mundos que se generan al mismo tiempo; deben gozar de una movilidad atlética del ego a fin de poder brincar de un mundo a otro y contar con una plasticidad que les permita volver a esculpirse, según los para metros de un nuevo estilo de ser, especifico de cada uno de estos mundos listos para usarse. Con la fuerza de trabajo de estos poderes subjetivos, los consumidores participan en la producción de mundos creados por el capital, y los convierten en realidad empírica.

                    Para lograr este fin aparece una nueva serie de profesionales que conforma el tercer tipo de productores del mundo-fabrica capitalista, es decir, los entrenadores personales, los estilistas, los diseñadores de ropa, los asesores de moda, los dermatólogos, los cirujanos plásticos y estéticos, los arquitectos y los diseñadores de interiores, los escritores por encargo, entre otros. Su mayor negocio es la asesoría, que consiste en vender sus consejos a los consumidores para ayudarlos a alcanzar esta nueva clase de subjetividad flexible.

                    Este proceso da lugar a la venta del yo que comercializa su poder para mostrar la disonancia que existe entre lo virtual y lo actual, a fin de generar los mundos del capital, ya sea como creador, consumidor o asesor. Así, se crea un tipo de sala de exhibición de la subjetividad flexible; lo que se expone ante el otro, reducido a la condición de espectador/ consumidor, son los elementos de los más recientes mundos que se ajustan a la moda, así coma la habilidad y la velocidad de incorporarlos en una suerte de comercialización o campaña publicitaria para uno mismo. Ante esta aberración, surge una pregunta en nuestro fuero interno: ¿Qué resulta tan seductor acerca de los mundos de lo listo para usarse, creados por el capital? ¿Qué las diferencia de las mundos actuales y concretos? Si podemos atravesar la cerrada trama formada par las imágenes que magnetiza el ejercicio empírico de nuestra sensibilidad visual y ofusca el ejercicio intensivo, la respuesta a esta última interrogante salta ante nuestros ojos. Podemos observar, entonces, que lo que seduce es la imagen de confianza en uno mismo, el prestigio y el poder de las personajes que habitan esos mundos-imagen, coma si hubieran resuelto la paradoja, alcanzando —de una vez par todas y para siempre— el rango de las supuestamente "garantizados".4  En otras palabras, lo que seduce acerca de las mundos-imagen creados para el capital es, básicamente, la ilusión que transmiten de que existen otros mundos cuyos habitantes jamás experimentaran la fragilidad y las sentimientos de vértigo, o quienes, por lo menos, tendrían el poder de evitarlos o de controlar la inquietud que provocan, viviendo una suerte de existencia hedonista, placida y sin turbulencias, eternamente estable. Dicha ilusión conlleva la promesa de que tener acceso a tal existencia resulta posible e, incluso, de que ello solo depende de la incorporación de los mundos creados para el capital, y se establece una relación perversa entre la subjetividad del receptor/consumidor y estos personajes-imagen.

                    El receptor interpreta el glamour de estos individuos privilegiados, y el hecho de que —como seres creados para las medias masivos— sean inaccesibles en su propia naturaleza como signo de superioridad. Tal y coma sucede en una relación perversa, en la que el seducido idealiza la indiferencia arrogante del seductor, en lugar de verla como una señal de su pobreza narcisista y de su incapacidad de ser afectado par el otro, el receptor/consumidor de estos personajes se siente descalificado y excluido de su mundo. Al identificarse con esta imagen del ser y al tomarla coma modelo, con la esperanza de algún día ser digno de pertenecer a su mundo, la subjetividad del consumidor comienza par desear parecerse a ella, situándose en una posición de sumisión y de demanda perpetua de reconocimiento, y coma, par definición, tal deseo permanece insatisfecho, la esperanza se desvanece. El sentimiento de exclusión siempre regresa y, para liberarse de él, la subjetividad se somete aún más y moviliza sus fuerzas de manera continua hasta alcanzar un nivel más elevado, en una carrera vertiginosa para encontrar mundos listos para usarse a las que pueda incorporarse y en las que llegue a concretarse.

                    Esta promesa engañosa constituye el mito fundamental del capitalismo mundial integrado;5  la fuerza conductora de su política de subjetivación, así coma la desigualdad que introduce en la experiencia contemporánea de desterritorialización. La ilusión que sostuvo la estructura del sujeto moderno adquiere una nueva formulación. Es evaluada de nueva cuenta y alcanza la cúspide de su credibilidad en la religión del capitalismo cultural, la religión monoteísta cuyo escenario básicamente es el mismo que se encuentra en todas las religiones que mantienen dicha tradición: existe un Dios todopoderoso que promete el paraíso, con la diferencia de que el capital asume el papel de Dios y el paraíso que promete se encuentra en esta vida y no en la otra. Los seres encantadores de los mundos de la publicidad y de la cultura masiva del espectáculo son los santos de un panteón comercial, las "superestrellas" que brillan en el cielo-imagen sabre las cabezas de todo el mundo y que anuncian la posibilidad de unirse a ellas.

                    La creencia en la promesa religiosa de un paraíso capitalista fundamenta la exitosa instrumentación de los poderes subjetivos. El sentimiento de humillación que dicha creencia produce, así coma la esperanza de "poder hacerla" algún día y de evitar la exclusión, ponen en marcha el deseo de crear los mundos listos para usarse que se ofrecen en el mercado. Por media de esta dinámica, la subjetividad se convierte en productora activa de estos mundos: sujeción voluntaria que no se logra mediante la represión o la obediencia a un código moral, coma sucede en las religiones monoteístas tradicionales, en las que el acceso al paraíso depende de la virtud. Aquí, el código no existe, para el contrario, mientras más original sea el mundo que la corporación transmite, mayor será su poder de competencia, entendiendo la originalidad en este contexto coma un mero artificio de la imagen que distingue a un mundo de todos las demás. Esta diferencia seduce, ya que su incorporación hará del consumidor un ser distinto a todos las otros, lo cual resulta esencial en esta política de relación con el otro, porque alimenta la ilusión de encontrarse aún más cerca del panteón imaginario.

                    En este contexto, la vida pública es reemplazada par un espectáculo de realidad global, orquestado par el capitalismo cultural-informativo que se ha adherido de todo el planeta. Una suerte de vitrina o pantalla universal en la que los individuos intentan abrirse camino para poder obtener un papel coma extras, un sitio efímero e imaginario que debe administrarse en forma incesante, en el que hay que invertir, y que debe ser una garantía contra todo y contra todos.

                    Así, la política contemporánea de la subjetivación encontró una forma de confrontar y de neutralizar la reactivación de la vida pública que trajo consigo la propagación de una subjetividad flexible en la década de las sesenta y en las inicios de las arias setenta, e incorporo el cambio de un principio de subjetivación, basado en la identidad, a uno flexible, pero solo coma una manera más exitosa de reanudar el letargo en el sujeto moderno y de restablecer su disociación de las efectos de la presencia viva del otro.

                    Par una parte, la creación incesante de los ruidosos mundos listos para usarse provoco una hiperestimulación de la paradoja entre los dos ejercicios de lo sensible, y del sufrimiento que causa, mientras que, para la otra, la disociación de la subjetividad de aquello que ocasiona esta ansiedad es llevada al extremo por la relación perversa establecida entre el consumidor y el mercado, cuya fuerza conductora es la creencia en la promesa del paraíso. El yo, en su función de alarma que sería la necesidad de crear nuevos territorios, es instrumentado par el mercado, y, en respuesta, el ego se apodera de la administración de las fuerzas creativas y activas a las que dicha alarma convoca. Sin embargo, el ego solo conoce el ejercicio empírico de lo sensible, siendo su función primordial -coma hemos vista- la de conducir la subjetividad a través de la cartógrafa de los territorios actuales. Cuando se le pone al mando de los procesos de creación de las cartógrafas de uno mismo y del mundo, dicho ego no tiene forma de saber que ocasiona el vértigo que surge a partir de la experiencia de la paradoja que le hace perder sus referencias. Tiende a interpretar esta desorientación coma resultado de un colapso de su propia subjetividad, y no solo de su configuración actual, y comienza, entonces, a fabricar razones imaginarias que supuestamente explicaran su angustia. De ahí los sentimientos de inferioridad y exclusión. Para protegerse de su desasosiego, reprime dicho sentimiento, construyendo barreras defensivas, y dado que dicho estado se desata par las mundos-imagen que propone el capital, la estrategia defensiva más evidente consiste en apoderarse de sus imágenes yen intentar desarrollarlas en la existencia, con la esperanza de superar la ansiedad.

                    De esta manera, la instrumentación de las fuerzas subjetivas que produce el capital cierra el círculo. De hecho, todas las fases del proceso de subjetivación son utilizadas coma energía primaria a fin de crear mundos para el mercado: la sensibilidad intensiva y empírica; el desasosiego de la paradoja entre sus dos ejercicios (el cual es desatado par el "turbo-poder" del mercado); la presión que ejerce el sentimiento de angustia, con el fin de volver a alinear el mundo ya uno mismo, y las fuerzas del deseo, de la creación y de la acción que dicha presión moviliza. Comienza a tomar forma la población de muertos vivientes hiperactivos que ha proliferado de manera creciente a todo lo ancho y largo del planeta en los últimos decenios del siglo XX y en los inicios de este, coma modelo de una subjetividad vencedora que todo gana.

                    El experimento que se llevó a cabo de manera colectiva durante la década de las sesenta y los primeros años de las setenta, a fin de lograr la emancipación del patrón predominante de la subjetividad, se volvió indistinguible de su incorporación a las políticas emergentes de subjetivación en la época del capitalismo cognitivo. Muchos de las protagonistas de los movimientos que tuvieron lugar en los decenios anteriores cayeron en la trampa, deslumbrados por la celebración de su fuerza creativa y de su postura transgresiva y experimental, misma que había sido estigmatizada y marginada con anterioridad, también se encandilaron con la imagen prestigiosa que los medios masivos daban de ellos, así como con los elevados salarios que percibían, convirtiéndose en los creadores de los mundos producidos por el capital.

                    ¿Como liberar la vida de estas dinámicas que la están sofocando? Si las dinámicas en cuestión se refieren al funcionamiento del deseo y corresponden a las políticas subjetivas de la religión capitalista, no hay forma de disgregarlas, salvo interviniendo en esa dimensión. Para hacer frente a este desafío deberemos colocarnos en una zona hibrida, donde los poderes curativos, de creación y de resistencia, entren todos en juego, y las fronteras entre arte, política y terapéutica se tornen indiscernibles.