Fernando Bryce
Allende/Apolo XI (2018-19)
Una de las líneas de trabajo más consistentes y reiteradas en la obra de Fernando Bryce (Lima, 1965) nos revela la existencia de una historia potencial. Una historia que repitiendo las mismas imágenes, documentos y hechos que sirvieron para narrarla en un pasado, ahora es capaz de generar un relato nuevo. Sin embargo, ese empoderamiento respecto al pasado se produce mediante una política insólita que consiste en desplegar extensas series de dibujos: láminas que reproducen las revistas, periódicos y publicaciones de un lapso histórico situado antes y después de la segunda guerra mundial, un periodo marcado por la hegemonía de los medios impresos. Hoy esa enorme cantidad de papel impreso que tanto influyó en la configuración del nuevo orden mundial –el mismo que simultáneamente ofrecía al mundo una declaración universal de derechos humanos y un nuevo reparto geopolítico– constituye un material de archivo ingente. Ese "universo documental" que, como dice el artista, él mismo convierte "en un hecho nuevo mediante el dibujo",1 sostiene lo que muchos de sus críticos han denominado un "análisis mimético".2
No es casualidad que estas preocupaciones surjan con fuerza a partir de 1999, cuando la obra de Fernando Bryce empieza a tomar forma y cobra una presencia importante. Tras las manifestaciones de Seattle contra la Organización Mundial del Comercio (WTO) –en la que los movimientos sociales desbancaron el protagonismo de las políticas hegemónicas– los manifestantes se adueñaron de la lógica del acontecimiento. Aquel cambio radical que reconocía a la multitud como sujeto y agente de las nuevas formas de hacer política permitía pensar que el acontecimiento era susceptible de ser producido. Ya no era necesario esperar a que algo sucediera. La nueva ciudadanía global tenía en sus manos la capacidad de hacer que algo ocurriese.3 Esa nueva agencia es la que sin duda evoca Fernando Bryce con su obra. En su caso, la repetición de la historia es la que produce un relato nuevo, que nos empodera frente a las interpretaciones consolidadas del pasado.
El proyecto Allende-Apolo XI que fue presentado en el Museo de Geología de la UNAM para inSite/Casa Gallina en 2018-2019 añade una complejidad adicional al análisis mimético. En aquella ocasión Fernando Bryce no sólo repitió y convocó dos hechos altamente significativos acaecidos en 1969 y en lugares distantes uno del otro: la llegada del Apolo XI a la luna el 20 de julio y la lluvia de meteoritos caídos en los alrededores de la ciudad de Allende, en el estado de Chihuahua al norte de México, el mes de febrero de aquel mismo año. Ambos conformarían un ensamblaje de acontecimientos de consecuencias inexploradas. El primero, a pesar de las pobres imágenes retransmitidas desde el módulo lunar, fue convertido en un acontecimiento mediático (media event).4 Tal como exclamó un reportero de televisión, "la humanidad entera estaba participando". El segundo llenó páginas de periódicos y atrajo la atención de la comunidad científica. Un gran número de rocas condríticas, algunas de ellas con un peso cercano a las dos toneladas, fueron distribuidas entre numerosos laboratorios, lo que convierte al meteorito Allende en uno de los más profusamente documentados.
La confluencia de los dos acontecimientos no solo pone en cuestión las formas de atención mediática y su enorme influencia en la construcción de los hechos que pasarán a formar parte de la historia. Tal como diría Hayden White, ese ensamblaje repercute en "la forma de narrar la historia" (the way history is narrated).5 Sin embargo, lo que está en juego esta vez no es la gestión y monitorización de la atención que puede hacer que un acontecimiento robe el protagonismo al otro. Fernando Bryce ha destacado con mucho acierto "los métodos de trabajo similares" para recolectar tanto las rocas de la luna como los meteoritos: una tecnología que desde el Renacimiento está ligada a las políticas extractivistas. Esas políticas no solo enfrentan al sur con el norte sino que revierten sobre aquellos mecanismos históricos que legitiman una concepción nacional, de las que el museo no está exento. Así es como el rédito de una institución en la que se albergan colecciones de meteoritos multiplica su capacidad de radiación ideológica. Lucero Morelos Rodríguez sintetizó este proceso al explicar que "la apropiación de los meteoritos, como recurso inalienable de la nación mexicana, también ha sido un proceso de la forja y autenticación de la territorialidad y, de algún modo, del nacionalismo".6
Si bien esta autora se refería a la historia del Palacio de Minería de la Ciudad de México con su famoso pórtico flanqueado por meteoritos, su observación es extrapolable a esta época en la que la explotación de los recursos naturales ha alcanzado una escala que desafía los límites planetarios. El nuevo eje de las injusticias se sitúa en una desposesión sistemática que el ensamblaje de estos dos acontecimientos referidos por Fernando Bryce saca a la luz. Dos caricaturas reunidas en una de las quince serigrafías que forman parte del proyecto Allende-Apolo XI rubrican la perplejidad frente a esa tendencia extractivista. Lo hacen con un tono jocoso que obedece a las percepciones de personas comunes. En respuesta a los titulares de prensa que anunciaban el traslado de las rocas a Estados Unidos para estudiarlas "dentro de un medio rígidamente controlado" –por parte de científicos del Smithsonian Institute–, uno dice: "¡ni lo que nos llega directamente del cielo es nuestro!". Y el otro, frente a un meteorito expuesto, reflexiona: "ésa es la diferencia: lo que para nosotros no es más que una piedrota, para ellos es un verdadero tesoro". En términos equivalentes a eso que Robert Nichols denomina "la teoría de la desposesión" (theory of dispossession) sería como preguntarse: "cómo es perder algo que nunca se tuvo" o lo que es lo mismo, "cómo es reclamar algo que nunca que fue de uno".7
No obstante, esta lógica mediante la cual se ensamblan acontecimientos, lugares y tiempos ha generado imágenes tan fuertes como aquella que Mabel Loomis Todd anotó en su diario. Acompañando una expedición que observaba la superficie de Marte desde el desierto de Atacama dejó escrito que "aunque fuera invierno en Chile, en Marte era verano" (Although winter in Chile, it was summer on Mars),8 un ejemplo de la poética que resulta de la yuxtaposición de acontecimientos, tal como nos hemos referido al trabajo de Fernando Bryce. Pero esto era en 1907. Pocos meses después y a pocos kilómetros de la Oficina Alianza –desde la que se instalaron los telescopios– se producía la matanza en la Escuela Domingo Santa María de Iquique en Chile. Una tragedia que quedaría inscrita en la historia de la represión del movimiento obrero cuyas reclamaciones inauguraban un periodo de luchas guiado por las mismas preguntas con las que Robert Nichols definía la teoría de la desposesión. Demandas que también podrían ser las de aquellos obreros brutalmente masacrados.
El ensamblaje de acontecimientos siempre esconde algún otro hecho que no había merecido nuestra atención. Un hecho que puede ser más violento y determinante que los comparados en un principio.