INSITE Journal
Editorial
Después de la historia
Andrea Torreblanca

            Cuando pensamos en la palabra historia, de inmediato reconsideramos el pasado o, con mayor precisión, el pasado se manifiesta radicalmente ante nosotros como un espectro que aún habita el presente. Rara vez reflexionamos sobre esta historia, la que vivimos en la actualidad, sobre su duración y su magnitud, sobre cómo será narrada o recordada en el futuro —por nosotros, por los demás—. Quizá ni siquiera sepamos cómo y cuándo de repente nos volvimos algo intrínseco a ella. ¿En qué punto termina un acontecimiento para convertirse en otro? Para algunos historiadores, el presente escapa a nuestro entendimiento justo porque no podemos sentir un hecho sino hasta que ya ocurrió, hasta que es historia.1 En su libro The Scent of Time (El aroma del tiempo), el filósofo Byung-Chul Han introduce la noción de lo presente como un punto de transición que ya no tiene en sí mismo nada a lo cual “asirse”.2 Esto significa que la experiencia es volátil y errática, y no acelerada; por lo tanto, en nuestra urgencia por cumplir múltiples ambiciones y no “perdernos de nada”, corremos de un lado a otro y no logramos completar significados ni dejar huellas duraderas. En esta prisa, no sólo resulta imposible captar y contextualizar la historia actual, sino que los acontecimientos también quedan a la deriva como algo fácil de ignorar y olvidar. Éste es un escenario trágico y quizá hiperbólico para la construcción de la historia.

            Sin embargo, aun cuando la inmediatez nos parezca fugaz e inestable, resulta imposible que los seres humanos escapemos a la historia. La historia vive en nosotros todo el tiempo; está implicada en la manera en que formulamos nuestros procesos para construir el mundo, en cómo edificamos los futuros paradigmas y puntos de vista. Nunca hemos sido ni podemos ser ahistóricos. Encarnamos nuestro propio pasado al seguir una línea de pensamiento mediante lo(s) lenguaje(s) que aprendemos, mediante el linaje y la herencia, y mediante el/los lugar(es) que habitamos. La historia es como una piel. Se transforma y envejece, recibe heridas y recolecta tiempo, y cuida de nuestros cuerpos para que no repitan el pasado. Pero nunca deja de existir.

            Entonces, ¿cómo podemos estar después de la historia? ¿Cómo podemos escapar a la mirada retrospectiva y empezar de nuevo? ¿Es posible habitar el presente una vez asumido el pasado como algo intrínseco a nuestra historia? Ariella Azoulay propone que el archivo sigue revelando otras formas de desaprender las historias que otros nos han enseñado erróneamente a aprender, y que en nuestro derecho de regresar y habitar el pasado encontraremos otras “historias potenciales”3 Por el contrario, Oswald de Andrade diría: “Tupí or not Tupí: ésa es la cuestión”.4 Muchos sociólogos argumentarían que el lenguaje es la herramienta para pasar de un episodio a otro —por ejemplo, agregando el prefijo post a palabras como guerra, colonialismo, pandemia, modernismo, etc.—. Sin embargo, ¿acaso el lenguaje transforma nuestra noción de historia, o más bien transforma la historia misma? Ursula K. Le Guin afirma que “las palabras son acontecimientos, hacen cosas, cambian las cosas”.5 Pero incluso cuando es innegable que el conjunto de discursos, testimonios, canciones populares y crónicas reúne y continúa dando forma a grandes historias, ¿acaso ya puede hablar el subalterno? ¿Acaso ya puede alguien respirar? Mi historia, tu historia, nuestra historia o su historia tienen variaciones de escala (en tiempo y dimensión); todas se dividen en múltiples fragmentos; y todas hablan distintas lenguas. Pero, sobre todo, todas están conformadas por otros pasados.

            En su análisis del tiempo profundo, la antropóloga Diana James recuerda a Nganyinytja, una mujer aborigen pitjantatjara de Australia, quien afirmó: “No tenemos libros, nuestra historia no fue escrita por gente con pluma y papel. Está en la tierra, las huellas de nuestros Antepasados Creadores están en las rocas [...] La recordamos toda; en nuestra mente, nuestro cuerpo y pies cuando bailamos las historias”.6 En la historia de Nganyinytja, la noción de tiempo no sigue una secuencia de acontecimientos. La historia es una entidad larga, de movimientos lentos y desacelerada; un ciclo interminable en el que las experiencias se adaptan y reinventan constantemente mediante la danza, las canciones y la narración, y que se halla anclada en la tierra. Pero lo más sorprendente es que, desde la perspectiva de Nganyinytja, la historia sencillamente es, así como una montaña es, sin mayor interpretación. De tal suerte, si bien la historia es algo dado, el presente continúa expirando, y la única posibilidad de escapar del pasado y habitar en el presente podría ser utilizando metafóricamente la frase de Paul Valéry: “un poema nunca se acaba, sólo se abandona”. Quizá sea tiempo de abandonar la historia y comenzar de nuevo.

ACERCA DE ESTA EDICIÓN

            En ENSAYOS, la filósofa, teórica y artista Marina Gržinić critica la forma en que el trabajo inmaterial está altamente racializado y ha estado históricamente engastado en instituciones y organizaciones de poder. El escritor, editor y curador Dieter Roelstraete reconsidera cómo las “petites histoires” o historias de minucias han sustituido a las narrativas maestras o metanarrativas posthistóricas. Para IN FOCUS, el crítico e investigador Carles Guerra profundiza en la obra del artista Fernando Bryce, Allende-Apolo XI (inSite/Casa Gallina, 2018–19), desde una perspectiva en que la recopilación de acontecimientos da pie a historias potenciales; y la curadora, escritora e historiadora del arte Karen Cordero analiza tres obras de la artista Deborah Small —Ma-con-a-qua/Frances Slocum (IN/SITE92), Metamorphosis [Metamorfosis] (inSITE94), y Rowing in Eden [Remando en el Edén] (INSITE97)— desde las “contranarrativas respecto de las versiones hegemónicas de la historia”, que incluyen las cosmovisiones feminista, decolonial e indígena. La sección DOCUMENTOS presenta la obra Heroes of War [Héroes de guerra] (inSite_2005) del artista Gonzalo Lebrija, quien invitó a un grupo de la Casa de Veteranos de California-Chula Vista para que sumaran “su voz a la historia” ofreciendo testimonios como prisioneros de guerra. Estos testimonios fueron presentados por medio de una instalación de monitores de video junto con cajas de luz multicolores, basadas en los patrones geométricos de las condecoraciones militares de los veteranos; también se presenta la obra disLOCATIONS [desUBICACIONES] (inSITE94) de los artistas Janet Koenig y Greg Sholette, que consistió en una serie de dioramas en miniatura y fotografías ficticias que ostensiblemente recreaban fotogramas originales de noticieros cinematográficos del camarógrafo y productor Lyman Howe, cuyas cintas se extraviaron desde la época en que vivió en San Diego, a principios del siglo XX.

            SELECCIONES DEL ARCHIVO presenta la obra de Allan Sekula, Dead Letter Office [Oficina de cartas muertas] (INSITE97), un montaje secuencial de un texto y 16 fotografías en gran formato que revela el complejo flujo cotidiano de bienes, mano de obra y la presencia del ejército en las zonas costeras de la región —desde San Diego, California hasta Ensenada, Baja California—.