La arquitectura social está formada por actos de imaginación y resistencia para una comunidad que siempre está haciéndose. En 1975-76 se llevó a cabo un experimento de vivienda popular en el norte de México, basado en el “lenguaje de patrones”1 ideado por el arquitecto Christopher Alexander. El complejo de casas, un clúster con techos abovedados que rodean un patio central, tenía como intención ser una pequeña comunidad funcional, y un prototipo asequible para ser replicado en distintas ciudades, más allá de Mexicali donde se construyó. Como muchos otros esfuerzos de la época, se convocó a sus futuros habitantes para participar en la autoconstrucción y diseño de sus casas. En un esfuerzo colectivo entre arquitectos mexicanos y estadounidenses, estudiantes de la universidad estatal, y las familias de clase trabajadora que respondieron a la convocatoria2, el complejo se levantó sin planos arquitectónicos en un año. La diferencia de este experimento con otros modelos “progresistas” de los años setenta, radicó en las ideas detrás de su construcción: la belleza, lo emocional, y la plenitud como posibles ejes catalizadores para personalizar cada una de las casas y como una respuesta a lo que Alexander llamó desarrollos modulares de vivienda masiva “sin alma”.
Con influencia del mundo biológico, las ciencias computacionales y la mereología, Alexander y sus colaboradores pretendían desarrollar un sistema adaptativo, “hermoso” y “humano”. Pero el lento proceso de “aprendizaje” de las familias contrastó con la urgente demanda por solucionar la crisis de vivienda de la época. El aspecto inacabado, “ingenuo y rudimentario” de sus fachadas, y la falta de planes, provocó fricciones con las autoridades gubernamentales que en un principio impulsaron el esfuerzo y finalmente suspendieron su construcción. Solo cinco de las treinta casas planeadas se terminaron. Desde entonces, el experimento ha sido objeto de múltiples críticas y halagos. Actualmente, la teoría de Alexander y la transformación de las casas por sus residentes suscitan un debate sobre la arquitectura social, así como sobre sus aspiraciones y fracasos con relación a contextos más amplios: reflexiones que abordan los textos comisionados para este INSITE Journal_07 Una forma atemporal de construir.
Sin embargo, el proyecto de Mexicali también
ha sido marcado por otras microhistorias. El sello
distintivo del conjunto arquitectónico fue un patio de
constructores que operó como el verdadero lugar
de experimentación. Allí se probó el sistema de
patrones de Christopher Alexander y se asentó una
fábrica artesanal de bloques modelados con tierra del lugar; se erigieron columnas y se tejieron los
primeros techos en forma de canasta. Coloquialmente
llamado “El Sitio”, el patio de constructores fue el
modelo físico del clúster, y un “núcleo” que pretendía
establecer una relación orgánica con la comunidad. El
patio también sirvió como loggia y centro de reunión
social, además de ser la casa-residencia temporal de Alexander y de los arquitectos del Center for
Environmental Structure de Berkeley. Idealmente,
después se convertiría en “centro comunitario,
escuela, iglesia, centro de danza, café” o un “centro
local de arte” con artistas que formarían parte de la
comunidad, primero quizá de manera “frívola”, y poco
a poco “con artistas serios” que contribuirían de
manera considerable al entorno. 3
En 2022, mientras Pastizal Zamudio, artista
mexicalense, desarrollaba un proyecto para INSITE,
se dio cuenta de que su casa de infancia aparecía en
una publicación4 : un clúster con techos abovedados
que resultó ser el mismo patio de constructores del
Experimento Mexicali. Durante sus primeras visitas
después de veinte años, Zamudio redescubrió un
espacio que está lejos de ser una ruina arquitectónica.
Al igual que las casas del proyecto original que siguen habitadas, hoy “El Sitio” está en uso; es una
industriosa pero modesta clínica de salud universitaria
que atiende a sus vecinos. Los antiguos patrones de
lenguaje: bancas como escaleras, arcos, “alas de luz”
y un jardín semi-escondido conviven con ventanas
laminadas y maquinarias de aire acondicionado. Para concebir una obra de sitio específico, Zamudio
utilizó su antigua habitación como taller de artista y estudió la teoría estética, social y espiritual de
Alexander. En poco tiempo, reunió a vecinos, artistas,
obreros y arquitectos, y temporalmente transformó a
“El Sitio” en un patio de construcción nuevamente.
Con la intención de devolverle su condición originalal patio interior del clúster experimental, Zamudio
concibió la obra Ante el último escombro, antes de
que amanezca (2038)5, un jardín terapéutico de más
de cien baldosas moldeadas a mano, ideado bajo
nociones filosóficas de Alexander. Su apertura pública
se realizó en el marco de tres días de conversaciones
sobre vivienda social, arquitectura vernácula y
asentamientos humanos en la frontera.6
En las primeras líneas del libro La producción de casas7, dedicado al proyecto de Mexicali, Alexander se refiere a la urgente necesidad de vivienda a nivel global, a través de la conferencia Habitat I de las Naciones Unidas de 1976. Dedicada a los asentamientos humanos, se concluyó que el mundo entero estaba experimentando “la mayor y más rápida migración de personas a las ciudades de la historia” en un entorno de “desigualdades en las condiciones de vida, segregación social, discriminación racial...la ruptura de las relaciones sociales y los valores culturales tradicionales”.8
Años antes, en “Progreso y la Armonía de la Humanidad”, la Feria Mundial Osaka de 1970, la arquitectura parecía vislumbrar un futuro que iba a contracorriente de esta realidad. Osaka fue un campo “de pruebas para ambiciosos experimentos sociales” que asombró al público con nuevos complejos metabolistas, ciudades aéreas y pabellones en forma de naves espaciales. Como arquitectos invitados al pabellón de Estados Unidos, Christopher Alexander y sus colegas del Center for Environmental Structure también concibieron una «ciudad del futuro» a través de ochenta collages recortados y hechos a mano con los patrones, actividades y necesidades de cada subcultura urbana. “Creemos que la ciudad no será humana hasta que la creen todas las personas que viven en ella. Para que esto ocurra, todos los miembros de la sociedad deben tener acceso a patrones de diseño expresados de forma sencilla, fáciles de compartir y fáciles de criticar”.9 El proyecto experimental de Mexicali, que este Journal explora desde diferentes microhistorias, podría considerarse como un modelo social de una «comunidad del futuro» que aún se está construyendo a partir de los “patrones, actividades y necesidades” de sus habitantes.